La democracia es la mejor oportunidad para todos los ciudadanos de participar en el desarrollo presente y futuro de la sociedad que nos ha tocado vivir. El punto álgido de esto es el momento en el que nos toca elegir a nuestros representantes para el poder legislativo, lo hacemos como consecuencia de unas promesas de cambio, que evaluamos como identificativo de lo que cada uno deseamos que se cumpla.

Y esto es la teoría, pues ni los ciudadanos, por lo general, participamos en el desarrollo del modelo de sociedad que deseamos ni los que se presentan para ser nuestros representantes (también por lo general, para ser justos), ofrecen proyectos concretos y coherentes, más bien se dedican a encontrar la fórmula que elimine a su adversario, y al final los electores nos quedamos sin conocer qué ofrecen de manera real. Nos transmiten tal tensión, que cuando vamos a votar lo hacemos no para elegir a quien queremos, sino en contra del que no queremos, y es evidente que todo esto termina siendo un mal negocio para todos.

Pero este es el momento y cuando ya tenemos representantes en las Cámaras, nos nace un nuevo espectáculo y en esta ocasión me refiero al hecho concreto de la constitución del Congreso de los Diputados el pasado 21 del corriente y hago esta puntualidad, porque si de alguna forma los señores diputados siempre habían mostrado sus características diferenciadoras, en esta ocasión fue lo más cercano a un esperpento.

Por otra parte tuvimos a un compendio de presos de la justicia a los que se les está juzgando, que fueron elegidos diputados por los ciudadanos y que al mismo tiempo su mayor sueño es no ser español y hacer independiente a un territorio de España, Cataluña. Recopilemos, presos que renuncian a ser españoles y que tienen escaños en el Congreso de los Diputados, que alguien resuelva esto.

Pero somos una sociedad, la española, que además de ser democrática está basada en el derecho que nos garantiza nuestras libertades y exige las responsabilidades, por ello aceptamos lo descrito en el punto anterior y decimos que al igual que todos los representantes/diputados juren o prometan acatar la Constitución de España, aún con fórmulas poliédricas, abstractas y trasnochadas, lo hagan para poder seguir siendo diputados españoles, ya no sé si me he perdido y todavía queda más.

Al tiempo que esto sucede, cuando estos diputados van a tener la palabra para jurar o prometer la Constitución en la forma antes descrita, ya en el momento que los nombra el secretario hay un grupo que se pone a pegar golpes y manotazos en el escaño, montando tal alboroto que no se oye ni entiende lo que dicen los que prestan acatamiento a la Constitución, lo sabemos a posteriori por esa capacidad que se tiene de leer los labios. Cuando se les pregunta por qué protestan, afirman con toda contundencia que por lo que los acatadores están diciendo.

Y este poder legislativo, el que de forma más directa nos representa, que debe dar ejemplo de las garantías que el estado de derecho ofrece a los ciudadanos pretende hurtarlas en la propia Mesa del Congreso, sobre la suspensión o no de su condición de diputados a los que están presos por sus actos; pues se trata de basándose en la Ley y no en la política que se tome una decisión que se ajuste más a la legalidad.

Me niego a aceptar que unos y otros nos consideren a los ciudadanos ignorantes del mal uso que hacen de la confianza que les hemos depositado.

Para no cansar ni ser redundante, todo lo expresado hasta aquí es una fotografía de cómo algunos de los elegidos por nosotros, los ciudadanos, pervierten el verdadero sentido de la Democracia y la toman como algo que ellos pueden manejar a su antojo. Debo ser justo y decir que al mismo tiempo tenemos representantes que cumplen con toda dignidad su papel y de los que debemos sentirnos orgullosos.

*Presidente de Aragonex