El mundo se ha construido bajo una sola mirada, la del hombre. Sí, esta es la enésima columna que habla de cómo las sociedades han dado por normal y la historia ha dado por universal aquello que no solo tenía la huella del hombre, sino que era un agravio para la mujer.

En las últimas semanas, dos realidades que conviven con lo que hemos dado por normal y universal: las mujeres migradas, si no tienen su situación administrativa al día, no pueden denunciar una agresión machista fuera del ámbito de la pareja o la expareja, porque pueden ser devueltas a su país. La perversión está servida: si no conoces a tu violador o a tu agresor, la Administración no te protege. Del mismo modo que las trabajadoras sexuales, por el hecho de prostituirse, jamás podrán ser consideradas oficialmente víctimas de violencia machista.

La segunda de las realidades es más cotidiana, aunque nos pase desapercibida. Las mujeres sintecho perciben la noche como un peligro, mientras que los sintecho hombres son percibidos como un peligro en la noche. Este pequeño matiz condiciona la vida de todas ellas, que duermen en la calle. Hablo de las más vulnerables, porque no tienen manera de protegerse, pero la percepción nos confirma lo que ya sabíamos: que el espacio público no es neutral, en ningún caso, pero lo es menos en el género. Que el espacio público ha sido construido bajo la mirada del hombre, bajo el sistema de dominio del hombre, bajo la agresividad y la valentía masculina, bajo los parámetros del hombre y de los poderosos. El mundo no solo se ha construido a imagen y semejanza de ellos, sino contra nosotras.

El espacio público nos es hostil, a las privilegiadas y a las que no lo son. En mayor o menor medida. En momentos de nuestra vida, de forma más acentuada. En cualquier caso, queda claro que las sociedades que no incorporen la perspectiva de género a su mirada sobre el futuro, estarán perpetuando la discriminación, la desigualdad y el androcentrismo. Está en nuestras manos.

*Periodista