Carlos Bardem está promocionando su novela Mongo negro, donde cuenta la historia de uno de los negreros -un español de Málaga- que saquearon el continente africano con el comercio de esclavos. El otro día, Toni Garrido le planteó en Hoy por Hoy si creía que con la abolición de la esclavitud habían desaparecido realmente los esclavos. Yo creo que no; y ha sido otro libro el que me ha soltado un puñetazo en el estómago para recordármelo. Se titula Si esto es una mujer, y lo han escrito Lorenzo Silva y Noemí Trujillo basándose en el caso de Edith Napoleón, una prostituta originaria de Sierra Leona que hace 15 años fue asesinada, descuartizada y arrojada a un vertedero de Madrid. Los autores toman prestado el espíritu del mítico Si esto es un hombre, de Primo Levi, donde se relataba el proceso de deshumanización que sufrieron los prisioneros de los campos de concentración nazis, y lo feminizan. La novela se sumerge en lo más ruin de la prostitución, la explotación sexual y la trata de mujeres, para confirmar que, efectivamente, muchas de ellas son esclavas. ¿Cómo definir si no a las víctimas de las redes que operan, por ejemplo, en la Colonia Marconi de Madrid, donde a las nigerianas se las somete con el vudú y con la amenaza de que si no pasan por el aro su familia pagará las consecuencias?

Un oficial de la Guardia Civil con tres décadas de experiencia a sus espaldas confiesa en un momento de la novela: «Llevo 30 años de servicio y he visto de todo. Me la he jugado con etarras, narcos y asesinos; pero si te digo la verdad, en esos tres mundos juntos no llegué a ver tanta maldad como la que encuentro cada día en este negocio».

Lo malo es que eso no ocurre solo en las páginas de un libro. El inspector jefe de la Policía Nacional, José Nieto, que lleva más de 20 años combatiendo a las mafias de la trata, me confirmó la otra tarde que en algunas zonas de España donde abunda la inmigración más precaria los proxenetas tienen a las mujeres metidas en cuevas -no es una metáfora, es literal- y les pagan por cada servicio cinco euros y un botellín de agua. Esclavas para esclavos.

Ahora tenemos, además, un río de mujeres venezolanas que huyen de la crisis en su país y no encuentran otra salida; o sea, que la oferta de carne se ha diversificado, es aún más internacional que antes. Los puteros están de enhorabuena. Si las encuestas no mienten, cuatro de cada 10 hombres. Y llegados a este punto, como la oferta no existe sin la demanda, resulta obligatorio -y triste, y vergonzoso- recordar que España es el primer país europeo en consumo de prostitución. O sea, que en Eurovisión no nos comemos una rosca, pero si hubiera un festival de ir de putas nos saldríamos de la tabla. Penoso.

*Periodista