Confesó que lleva unos meses viendo a una psicóloga y que gracias a eso se siente mejor. A su confidencia siguió la de otro y otro y otro. En la mesa, de cinco, éramos cuatro los que vamos a terapia. Cenábamos en una terraza. Nos había costado muchísimo encontrar una noche en la que coincidiéramos. Si antes, al menos una vez al mes, nos veíamos para charlar sin prisa y casi a diario intercambiábamos correos sobre asuntos personales o profesionales, hace unos años que ese contacto se diluyó sin motivo aparente. Entonces me vino a la cabeza la imagen de los cuatro hablando simultáneamente en las cuatro consultas con nuestros respectivos psicólogos sobre nuestra soledad y nuestra angustia.

Sugerí que alguna relación debía haber entre nuestro malestar actual y el empobrecimiento de nuestra vida social-afectiva. Uno afirmó que nuestra calidad de vida ha bajado por razones estructurales como la precarización laboral y la incertidumbre. Lo profesional ha devorado terreno a cada jornada. Otro añadió que la conectividad permanente se apoderó de nuestro tiempo. Otra explicó que, si a eso añadimos el cuidado de nuestros padres que envejecen y de los hijos, es imposible hacer compatible todo. Cuando las mujeres eran las únicas responsables del cuidado de los familiares, no trabajaban. Intentar imitar a nuestras madres hoy es sobrehumano.

No sé cómo se hace para vivir mejor, pero sé que todos estamos en ello. A veces me pregunto si ponemos demasiado empeño, si pelear con tanta fuerza por cumplir en todas partes se nos vuelve en contra. Todavía queda verano por delante. Aprovechen y vean a sus amigos. Estar con los que nos importan y aportan es vivir. Lo otro es solo sobrevivir. Hagan muchas, muchas cenas. Vale oro esa oportunidad de brindar, reír y pensar juntos. H *Directora de cine