El narcisismo explica tanto o más que el populismo la política de nuestros días. Pedro Sánchez y Pablo Iglesias son dos líderes atravesados en mayor o menor medida por ese culto a la propia personalidad. Ha sido la clave de sus éxitos políticos y no tienen incentivos para abandonar esa pulsión. Solo el poder puede alejarlos de su egocentrismo. Adornados por la estética de Juego de Tronos e inmersos en una partida de ajedrez donde tan importante como no perder piezas es sorprender al adversario, avanzan hacia el primer gobierno de coalición desde la recuperación de la democracia. El apareamiento podría culminar el próximo jueves, en una dramática votación marcada por las abstenciones y no solo por los votos a favor. La obsesión lógica de Sánchez y de su equipo es que la consumación sea vista como un mero matrimonio de conveniencia y que en ningún caso parezca que es un trío. No está siendo fácil. Para entender este engendramiento es necesario asumir que vivimos en la era del «pensamiento orbital» en palabras de Sergio Roitberg. Dice este consultor en comunicación que en la era digital los individuos nos encerramos en grupos homogéneos. Cada grupo gira en su órbita y las agregaciones nacen de las intersecciones, nunca de las integraciones o de las absorciones. En el primer tramo de la investidura Sánchez e Iglesias han marcado el área de su propia órbita que coincide con otras fuerzas políticas con las que, finalmente, no pactarán. El socialista dejó claro que podría tener las mismas zonas de intersección con C,s si no fuera por la fuerza repelente de su actual líder. El morado puso énfasis en su órbita rupturista. De manera que las órbitas no interseccionaron. Todo llegará, a no ser que el narciso que uno y otro llevan dentro acabe por repeler las zonas orbitales coincidentes. H *Periodista