No dibujan montañas de picos nevados, soles sonrientes y nubes enfurruñadas. Solo esbozan pateras. Preciosos barcos de dos velas que no saben de naufragios. Son niños marroquís y ese es su futuro soñado. En la excelente serie de reportajes Viaje a la cuna de los menas, de Elisenda Colell, más allá de las impactantes historias individuales (imprescindibles para humanizar la etiqueta mena), destacaba el testimonio de Abdul Hamdouchi, presidente de la oenegé Pateras de Vida, entidad que trata de evitar el éxodo de jóvenes a Europa.

Pero, ¿cómo competir ante el escaparate de felicidad que muestran las pantallas? No hay tristeza ni nostalgia ni miseria en las redes sociales. Son demasiados los que llegan y solo comparten las bambas nuevas o la camiseta de marca. Trazos bellos de un dibujo tan idílico como falso.

No hay justicia sin lucha. En todas las sociedades, en todas las épocas, cada uno de los derechos conseguidos ha sido fruto de una tozuda y sacrificada voluntad de conseguir una vida mejor.

¿Hasta qué punto el espejismo de las redes sociales está dificultando ese compromiso? «Irse del país, con la patera, es una solución rápida», apunta Hamdouchi, fundar un sindicato requiere el compromiso de años. Al fin, se trata de un doble combate. Contra la explotación y contra la exposición de la vanidad. Ambos frentes retroalimentándose. Para el poder injusto, es más cómodo ver partir a los jóvenes en patera (o desaparecen o reaparecerán en forma de divisas) que soportar sus reivindicaciones.

*Escritora