Últimamente se han publicado distintas reflexiones sobre el fenómeno pop en el que se ha convertido el himno partisano del Bella ciao desde su inclusión en la serie La casa de papel. Algunas de ellas surgen a partir de la polémica generada en Twitter y en la cadena COPE donde se criticaba la supuesta apropiación de este himno de la resistencia antifascista por parte de la izquierda.

En términos generales coincido con la idea que planea en varios de estos textos sobre la perversión y la destrucción de los símbolos, pero me gustaría matizar y añadir algunos elementos a sus reflexiones, porque si algo han demostrado los estudios feministas y el análisis crítico del discurso es que los productos culturales son un factor de socialización determinante que tiene un poder de penetración espectacular y que legitima y promueve modelos de conducta, para bien o para mal.

Por ello, necesitamos analizar la realidad a partir de la economía política y los estudios culturales, desde la mezcla de ejes de discriminación que incluyan lo identitario y lo material. Un análisis que solo incluya uno de esos factores será siempre un análisis sesgado y simplificador que nos ayudará a comprender solamente una pequeña parte del problema.

El pasado mes de julio, Marta Roqueta y yo misma impartimos una clase en la Escuela de Verano del Centro Internacional Escarré para las Minorías Étnicas y Nacionales (CIEMEN) sobre el rol de los medios ante dos ascensos contrarios que se han confrontado en los últimos años: el feminismo y la extrema derecha.

Reflexionar sobre esta cuestión implicaba interrogarse sobre el papel del feminismo ante la distopía materializada, ayer y hoy; sobre su papel como acicate de un mundo nuevo que no acaba de nacer y que muchas veces parece atascado en discursos cargados de buenas intenciones sin posibilidad de implantación, mientras un mundo viejo que creíamos desaparecido se resiste a morir y reaparece, mudando un poco la piel y enarbolando un lenguaje añejo y que, tristemente, sigue encontrando adeptos.

Quizá las primeras preguntas que debiéramos hacernos son las mismas que nos lanza Robert O. Paxton en su libro Anatomía del fascismo (Capitán Swing, 2019): ¿es posible aún el fascismo?, ¿murió el fascismo en 1945?, ¿estamos acaso hablando de copias al carbón del fascismo clásico?, ¿nos sentimos inmunes al fascismo y los totalitarismos?

Hay autores que afirman que el fascismo que tenemos dibujado en el imaginario colectivo se circunscribe al siglo XX y que, por tanto, no podemos emplear ese término para referirnos a los partidos actuales de extrema derecha y sus políticas totalitarias, pero sin duda hay elementos comunes que los hacen dignos herederos de aquel. Uno de ellos es la vieja alianza entre autoritarismo y patriarcado donde este último sería la forma totalitaria por excelencia: una especie de prefascismo.

En este sentido, Mark Bray, autor de Antifa (Capitán Swing, 2018), cree que uno de los rasgos del neofascismo moderno es la reacción a las políticas de género o políticas identitarias y escribe: «El patriarcado es central en el fascismo de muchas formas, en especial con su perspectiva sobre sexualidad, familia o nación». Asimismo, Bray asegura que hoy no puede existir antifascismo sin un análisis y una praxis feminista. Yendo un paso más allá, la activista gitana Pastora Filigrana aseguraba lo siguiente hace unos meses durante un debate en Madrid: «El feminismo no puede ser otra cosa que anticapitalista, antirracista, antifascista y de clase».

Reto ingente el que tiene por delante el movimiento feminista. Y es que ante la misoginia que campa a sus anchas en foros diversos, no nos queda otra que aprovechar las grietas del sistema para conseguir que entre algo de luz, tejer redes transnacionales de solidaridad y recuperar la memoria de aquellas mujeres que lucharon contra el fascismo como la icónica partisana yugoslava Milja Marin, la pacifista zaragozana Amparo Poch y Gascón o la comadrona y activista madrileña Trinidad Gallego Prieto.

Es cierto que La casa de papel no le rinde homenaje a ninguna de ellas ni a muchas otras que encarnaron el «¡No pasarán!» y el Bella ciao y que solamente es un somero retrato de la rebeldía ante el poder, el patriarcado o la tortura con altas dosis de acción y épica, pero no por ello debemos caer en el nihilismo y dejar que nos roben la cartera.

Si Santiago Abascal y Ortega Smith se subían al escenario el pasado mes de abril tras el escrutinio de las elecciones generales y se autodenominaron «la resistencia» con total desvergüenza, ¿de verdad pensamos que no intentarán apropiarse del Bella ciao y de otros muchos significantes y fagocitarlos para sus propias arcas?

Así pues, debemos librar una nueva lucha antifascista también desde lo cultural y lo simbólico. Historizar y contextualizar para que lo comercial y lo mainstream no borren la memoria de las que nos precedieron. Que no se nos olvide: porque fueron, somos; porque somos, serán.

*Doctora en Comunicación Audiovisual y Publicidad y activista feminista