La denuncia de plagio formulada contra el presidente del Senado, el filósofo Manuel Cruz, ha vuelto a poner sobre la mesa el resbaladizo asunto de la asunción de responsabilidades en las sociedades contemporáneas. No hace falta haber leído a Gracián para saber que, fuera de la esfera íntima, más de la mitad de las cosas son mentira y las demás disimulo… Aun así, llama la atención una respuesta esgrimida desde filas socialistas que se limita a reducir la figura de Cruz a la condición de víctima, como si la política actual fuera otra cosa que una continua campaña de desprestigio. La trayectoria profesional de todo un catedrático de Universidad se habría visto así puesta en cuestión por un quítame allá esas pajas, cuando en realidad el pecado se limitaría a una falta menor que se somete a escrutinio público solo por intereses partidistas.

Ya a principios de los 90, un colega de Cruz, Gilles Lipovetski, adelantaba en El ocaso del deber la sustitución de la vieja ética de la responsabilidad protestante por la vuelta a una moral colectiva de nuevo cuño mucho más reconfortante. Con la entrada en la posmodernidad, la responsabilidad individual quedaba suspendida en un mar de consideraciones, tras la conquista de unas cotas de libertad sin precedentes que daban lugar a una atribución de cargas inabarcable. En nuestro caso, como se desprende del comunicado emitido por el equipo de Cruz bajo el título No todo vale (sic), no estamos hablando ya de un plagio imputado a la cuarta autoridad del país, sino de una práctica corriente dentro del sistema académico español. No es de extrañar pues que el Gobierno apueste por la carta de la ofensa personal, en tanto que un enfoque distinto le obligaría a tomar algún tipo de medidas desde el Ministerio de Educación para acabar con otros fraudes como la elaboración de manuales ad hoc, que son la norma en centros como la Uned.

Afortunadamente, el enorme avance en materia de derechos humanos alcanzado por las sociedades occidentales durante el convulso siglo XX ha aumentado de una forma exponencial nuestras expectativas sobre la vida y sobre aquello que consideramos moralmente aceptable. Buena prueba de ello es el hecho de que, vistos con los ojos de hoy, la práctica totalidad de los habitantes del planeta podrían ser reducidos a la condición de víctimas con solo remontarnos algunos decenios atrás. Paradójicamente, esta elevación de nuestros estándares de exigencia es el fruto de los esfuerzos de varias generaciones que sufrieron la guerra, el hambre y la destrucción en su máxima expresión y que, aun así, se resistieron a reducir su identidad a la de meras víctimas. Como explica Boris Cyrulnik en Los patitos feos, la resilencia de los seres humanos es tal que permite incluso a los más pequeños superar los traumas más graves, a condición de no quedar atrapados en esta categorización por el resto de sus días.

Curiosamente, casi una semana después de que el ABC divulgara las prolijas coincidencias entre el texto de Cruz y los de varios compañeros, vivos y muertos, seguimos sin escuchar justificación, desmentido o matización alguna por parte del afectado. Este elocuente silencio refuerza la idea de que su sobrevenida condición de víctima se ha construido a modo de argumentario, nuevamente con fines políticos. Al fin y al cabo, ¿por qué no habría de acogerse Cruz desde su cargo a este posicionamiento, cuando se ha convertido en carta de presentación indispensable no solo para el político, sino también para el ciudadano? En mayor o menor medida, hoy todos somos víctimas de injusticia por razón de nuestro sexo, creencias o exacción social, cuando no por nuestra exposición a los riesgos del cambio climático, las consecuencias de la crisis económica o por la vulneración de nuestros derechos como consumidores.

Es más, siguiendo la secuela del #Metoo, para acceder al estatus de víctima basta con esgrimir la frustración de las propias expectativas, al igual que han hecho las mujeres que han denunciado a Plácido Domingo por presunta conducta inapropiada en círculos operísticos. Como si los avances sexuales fueran las únicas proposiciones deshonestas que se presentan en el desarrollo de una carrera profesional o como si la manera de abordar estos obstáculos no reflejara la ética de cada cual.

*Periodista