Cayetana Álvarez de Toledo lleva cuatro días como portavoz del PP en el Congreso y ya ha provocado varios incendios. El primero se produjo antes incluso de su nombramiento. Primero, por su elección como cabeza de lista por Barcelona. No la consideraban de los suyos por el trabajo que había hecho en su primera etapa en el partido (a la sombra de Ángel Acebes) y porque venía de pedir el voto para Ciudadanos, a pesar de mantener el carnet de militante popular. Me comentan las malas lenguas que el rechazo a su persona es lo único que, en algún momento, puso de acuerdo a Soraya Sáenz de Santamaría y a María Dolores de Cospedal, que ya es decir.

Después de las últimas elecciones, había barones de peso que no la querían ni ver como portavoz parlamentaria, porque entendían que no representa ni por asomo a las diferentes sensibilidades que conviven en el PP. Es decir, Cayetana Álvarez de Toledo no tiene, para estos dirigentes, la autoridad moral que se les presupone a las personas que ocupan un cargo tan importante y tan delicado. Pablo Casado la impuso finalmente, ignorando las reticencias internas.

Y en dos minutos, ella ha pasado a ser en algunas ocasiones portavoz de su líder, pero fundamentalmente siempre es ante todo portavoz de sí misma. Y la primera regla interna es que un portavoz parlamentario no tiene opinión propia, sino que su deber es defender la postura oficial. Eso es así.

Los golpes que Cayetana Álvarez de Toledo ha propinado al PP vasco por su «tibieza» con el nacionalismo generaron un gran lío. Entre otras cosas, porque sus acusaciones no son apropiadas ni en el fondo ni en la forma. De ahí que algunos le hayan reprochado en estos días su desconocimiento absoluto de la historia de la formación. En todo caso, y como le tienen ganas, la respuesta de Borja Sémper, portavoz del PP en el Parlamento vasco, fue muy dura: «Mientras algunas pisaban mullidas moquetas, otros nos jugábamos la vida por la convivencia». Pablo Casado trató de apagar el incendio, pero a ella le dio igual. Y al día siguiente volvió a la carga. A estas alturas, no hay ninguna duda de que su prioridad es defender lo que ella piensa, marcar el camino, ir por libre. Los portavoces parlamentarios tienen que ser agresivos, sí, pero con la oposición (como Rafael Hernando), no con sus propios compañeros. En el PP ya hay quien vaticina que terminará siendo molesta hasta para Pablo Casado. Al tiempo.

*Periodista