Cuando se habla de circo mediático, me interesa saber quién es el jefe de pista, quién monta la carpa y la desmonta cuando le conviene para llevarla a otro escenario. Qué mueve a un país a permitir publicidad sobre apuestas y, a la vez, censurar que se hable del suicidio, en la escuela o en los medios. Qué nos empuja durante días a abrir informativos con la desaparición de una deportista, agitar el debate sobre si es justo emplear a cientos de policías, bomberos, helicópteros… enzarzarse con familiares de desaparecidos que reclaman el mismo trato. Que si es medallista, que si aquel bronce nos salió carísimo. Qué nivel. Y de golpe, se impone el silencio, el tabú de la tribu. Informan de que se hallaron pastillas junto al cadáver. Hablemos de todo, menos de eso. Montemos el espectáculo con aquel niño asesinado por su madrastra.

Porque hablar del suicidio, dicen los expertos en nosequé, inicita a imitar, pero dar detalles sobre un infanticidio es inocuo, entretenido y rentable. Pocos suicidios se realizan con plena conciencia, al estilo romano o nipón. La mayoría recurre al mutis cuando han fallado todas las salidas. El desenlace deja un sentimiento de culpa entre los allegados. ¿Cómo no lo hemos visto? Sencillamente, porque no nos han preparado, porque está prohibido mentarlo. Ni siquiera se registra como tal, por eso sabemos que, en España se producen entre 3.000 y 6.000 casos anuales, La principal causa de fallecimiento no natural crece y podría reducirse porque emite señales de aviso. Detectarlas ahorraría muertes y sufrimiento.

No se trata de buscar culpables. A ello han podido contribuir tanto aquellos recortes en salud mental, como el hecho de que no hay personal para llamar al paciente que ya lo intentó y que no acude a su cita médica. Tal vez, porque no existe programa de prevención estatal, por el aumento de adicciones sin droga, el mal uso de tecnologías, la facilidad para el juego online sin censura, por citar algunas variables.

Cuando salgamos de esta campaña, habrá que ponerse a trabajar en prevención en la escuela, en salud mental, etc., Puesto que hablamos de sexo, drogas y violencia, conversemos sobre todos los aspectos de la vida. Podría comenzarse por tomar en serio al psicólogo en atención primaria, informar de que los fármacos son esenciales, pero que algunos antidepresivos pueden inducir a ideación suicida. No estaría mal contar con un número breve de teléfono. En El Teléfono de la Esperanza lo hacen bien, pero dan para más. Sirva esto de llamada de auxilio. Seguiré gritando.

* Escritor y profesor de la Universidad de Zaragoza