E l estreno de la película Joker llega acompañado de un aviso del Ejército de EEUU alertando de la posibili dad de tiroteos en el país durante sus proyecciones. La alarma tiene ecos de la masacre de hace siete años en Aurora, Colorado, en la proyección de El caballero oscuro: la leyenda renace, que se saldó con doce personas asesinadas y setenta heridas. Los familiares de las víctimas han pedido a Warner Bros que done parte de la recaudación de Joker a entidades de apoyo a las víctimas de tiroteos. Para dirimir si una película transmite idearios violentos no hay que centrarse en si muestra una violencia concreta, sino en cómo lo hace. Dicha representación nunca es neutra: hay películas bélicas que denuncian la guerra y otras que la glorifican. Sin verla, es imposible decir si Joker considera la violencia nihilista ejercida mayoritariamente por hombres como una respuesta legítima ante la desesperanza o, por el contrario, la condena. Sea cual sea la respuesta, hay que tener presente que la cultura de masas ha sido y es un terreno utilizado tanto para difundir el ideario que legitima la violencia misógina y racista como para combatirlo.

La emergencia en internet de comunidades de incels, hombres cis y heterosexuales que culpan a las mujeres de su escaso éxito amoroso, llegando a justificar (y perpetrar) su violación y asesinato, no puede entenderse sin películas como Revenge of the Nerds. El filme forma parte de una ristra de películas de los años ochenta protagonizadas por chicos marginados en clase, como Karate Kid o Los Goonies, que eran, según Vicky Osterweil, una reacción a las luchas feministas, antirracistas y LGTBI de la época, al situar el hombre blanco que no encajaba en el ideal de masculinidad como sujeto verdaderamente oprimido.

En un panorama en el que la enésima versión del Joker convivirá con películas de superheroínas, como Birds of Prey o Wonder Woman 1984, debemos plantearnos hasta qué punto el privilegio de la visibilidad de una forma muy concreta que tienen los hombres (blancos) de lidiar con sus contradicciones y su dolor, y, sobre todo, en su presentación como algo universal, ha abierto un flanco para que la extrema derecha misógina y racista utilice la cultura de masas a su favor, y cómo debemos prepararnos ante su reacción a la lenta pérdida del estatus del hombre blanco como sujeto referencial.

*Escritora y editora