Dicen los clásicos que lo político nace con el monopolio de la violencia por parte del Estado y la distinción amigo/enemigo. El monopolio expropiará las violencias privadas para favorecer la paz entre los amigos y permitirá descargar la violencia policial contra los enemigos interiores, reservando la militar para los exteriores. El término terrorismo juega un papel fundamental en este escenario, pues siempre designa la violencia que practican los otros, lo cual justifica dar recorrido a la propia. Por eso dice Toni Negri que, «si existe el terrorismo, hay que ir a por él, pero manteniéndolo como símbolo», y que, «si no existe, toda oposición real debe ser empujada a él y, en cualquier caso, debe ser considerada como terrorista». Negri habla desde de su experiencia política entre los «autónomos» italianos de los 70, acusados de pertenecer a las Brigadas Rojas, lo que le obligó a exiliarse en París hasta que decidió volver a Italia e ingresar en prisión.

De modo que, como escribe Terry Eagleton, «el terror no aparece como una fanática conspiración secreta que golpea al Estado, sino como una fanática conspiración secreta llamada Estado». Por eso, no debe extrañar que Maquiavelo, el padre de la ciencia política, admirara tanto a César Borgia. Para sofocar una revuelta, el noble aragonés encargó a Ramiro D’Orco que asesinara a los principales cabecillas y después, para congraciarse con el pueblo, lo mandó colgar y dejó su cadáver a la vista de todos. Hoy esas acciones las organizan los servicios de inteligencia. La CIA, por ejemplo, tras el fracaso de la invasión de Cuba en Bahía de Cochinos, diseñó el plan Mangoose, con el que se organizaron atentados contra ciudadanos norteamericanos en su propio país para acusar de ello a Cuba. Por la misma época, la operación Phoenix planeó liquidar la resistencia del Vietnam aterrorizando a la población civil. Lo hizo asesinando a 30.000 personas y torturando o haciendo prisionera a otras tantas, solo entre 1968 y 1972. Pero es que en la Italia de los 60 y 70 pasó algo parecido. Ante el temor de que el PCI entrara en el Gobierno, la logia masónica P-2 y la CIA organizaron una campaña de desestabilización recurriendo al terrorismo. Sólo el año 1969 hubo 149 atentados.

En fin. Aunque sea difícil decidir qué es el terrorismo y cuánto abarca, no lo es tanto designar al actor político que directa o indirectamente tiende a servirse de él. Es el Estado, una institución de origen patriarcal que cada vez es más contraproducente y menos útil para garantizarnos una convivencia genuinamente democrática o fratriarcal, deseo que, desde Grecia hasta las democracias contemporáneas, pasando por la apelación cristiana a los gentiles, no ha cesado de insistir ni de resistirse a las frustraciones.

*Catedrático de Sociología