Ya hemos visto el debate y ya hemos oído el debate. Ahora los expertos nos explican lo que hemos visto y lo que hemos oído en el debate, y no sólo eso: nos explican lo que tenemos que haber visto y oído. Porque, vamos a ver, a quién vamos a hacer caso, a lo que hemos visto y oído o a lo que dicen los expertos que hemos visto y oído.

Se llama el pospartido, y así vemos si fue o no fue penalti y si ese gol se metió en fuera de juego.

Menos mal que tenemos tantos miles de sabios pensando por nosotros, por nuestro bien, naturalmente.

Vimos pues el debate, los debates, y escuchamos a los debatientes. Fuimos informados por casi toda la prensa, la radio y los canales de TV de que estábamos cabreados porque no hubo gobierno. Nos levantamos un día y fuimos informados de eso, lo decían las encuestas; y debía de ser así, estábamos todos cabreados por tener que volver a votar. Menuda faena, tener que caminar cien metros, meter la papeleta y echarla por la ranura de la urna. Otra vez. Así que todos cabreados por tener que repetir semejante odisea. Y los que no estábamos cabreados, lo que pensábamos que no era para tanto, enseguida caímos en nuestro error. Teníamos que estar cabreados, hombre. A quién se le ocurre no cabrearse por tener que votar otra vez en el mismo año; dos veces en un años. Para agotar a cualquiera.

Yo, tengo que reconocerlo, no estaba tan cabreado, pero enseguida fui informado por lo politólogos de la politología: las encuestas decían que tenía que estar cabreado, reglamentariamente cabreado; y que además tenía que querer castigar al partido que no quiso hacerle caso al otro para que hubiera por fin gobierno. Yo pensaba que claro que se pusieron todos algo cafres, y desde luego no me gustó que no llegaran a un acuerdo, pero bueno, tampoco era para tanto. Si no se ponen de acuerdo vamos otra vez a votar. Hay meses para entrenarse y recorrer esa distancia sin miedo a lesiones. Y luego, una vez ante la urna, lo de meter la papeleta no hay que entrenarlo mucho; el riesgo de lesión en un mal gesto es prácticamente ninguno.

Pero yo, una vez más, estaba totalmente equivocado. Así que fui leyendo, escuchando y viendo que el pueblo entero estaba cabreadísimo con sus políticos. El pueblo, nuestro pueblo, la ciudadanía, como es sabido, es mil veces más sabia que sus políticos, así que les grita casi todo el rato, y algunos hasta querían dejarlos sin cobrar, por lerdos. La ciudadanía está compuesta, como ya sabemos, por cientos de miles, qué digo, millones de seres prudentes, ponderados, informados y bien educados, con un nivel de sabiduría comparable a los sabios de la academia de Atenas, poco más o menos, y mucho de demócratas, y se sentían casi todos llenos de razón y de santa ira ante la mediocridad de lo que venimos en llamar la clase política. Al parecer de tantos, los políticos del país no merecían más que insultos y menosprecios por no haber estado a la altura histórica del momento, y haber dejado casi un año al país, la patria, el Estado, la nación o como le llame cada uno, sin más gobierno que un gobierno provisional. A quién se le ocurre. Y en las cátedras de las barras de los miles de bares del reino, el pueblo, codo en barra y caña en ristre, no paraba de mostrar su honda sabiduría y su superioridad moral, intelectual, política y de fútbol, respecto de los políticos.

Por lo demás, en las calles los autobuses seguían circulando, los trenes y aviones y coches y motos y hasta las bicicletas no parecían sentirse demasiado mal en medio de la catástrofe. Llegaba el otoño y el agua caliente surgía de los grifos de los agraciados con una vivienda, propia o a medias con el banco, y en fin, en apariencia, menos en los rugidos de los especialistas de la verdad, el personal seguía la liga con la misma pasión de siempre, y los comentaristas del fútbol se debatían los sesos a grito pelado en sus diversas líneas filosóficas. O sea, que a un ignorante y experto en equivocarse como un servidor el enfado le salía un poco impostado, y hasta confiesa que en la soledad de su soledad, se la repampimflaba un tanto el rugir de tertulianos y demás sabios de la politología, casi todos en Madrid como se sabe.

*Autor y director teatral