A Ángela Merkel la recordaremos por haber impuesto en Europa, y en particular a los países deudores como el nuestro, una austeridad selectiva a costa de derechos sociales. También por haber provocado que en una noche de agosto se modificara el artículo 135 de (se supone) nuestra sacrosanta Constitución, lo que con el tiempo se ha traducido en un aumento de la desigualdad y una brecha mayor entre ricos y pobres, algo que siempre queda eclipsado tras los datos macroeconómicos. Esta parte nos la sabemos bien: la política, en última instancia, no deja de ser una subalterna de lobis, multinacionales y patronales empresariales que cada vez tienen más voz aunque, en teoría, no se presenten a elecciones. Allí donde mires, la tarea de los políticos ha quedado en una mera construcción de relatos, con frecuencia encomendados a asesores expertos en mercadotecnia y vuelta a empezar.

Pero desde esta misma semana, la férrea cancillera será recordada también por haber puesto pie en pared en el Bundestag, donde clamó que la libertad de expresión «acaba donde se divulga el odio». Poco antes, una diputada de la extrema derecha había dedicado con el dedo el conocido gesto de «te voy a cortar el cuello» a un grupo de adversarios políticos. Es sabido que la mediocridad ultra pesca mejor en mares revueltos y crispados. Nada nuevo; nada que no estuviera en los 11 preceptos de la propaganda que creó Joseph Goebbels, en particular el principio de la exageración y el de la orquestación. Nada que no identificara Noam Chomsky en sus 10 estrategias de manipulación masiva, en especial la sexta, que consiste en apelar a las emociones para trasladarnos un mensaje global y no los elementos específicos que dicho mensaje esconde.

La derechita en España no se atreve a separarse de la derechona; al contrario: tiende puentes

Pero la teoría es una cosa y la práctica otra. Evocando palabras del profesor Byung-Chul Han, es obvio que «una sociedad del escándalo no permite una mínima comunicación objetiva», un diálogo consecuente. Y en ese escenario la derechita española no se atreve a alejarse de la derechona. Lejos de poner cordones, muros o zanjas, está atando lazos y tendiendo puentes. Así que esta vez, ni un pero que poner a Merkel, si como ella mismo dice, «queremos seguir siendo sociedades libres».

PD: Esta columna está dedicada a Antonio Postigo, a quien Vox ha afeado esta semana públicamente y bajo el techo del Ayuntamiento de Zaragoza una tira publicada en este diario.