Estoy un poco preocupada: creo que el espíritu navideño se está apoderando de mi ser. No es que me haya cogido un frenesí comprador. Cuando tengo dinero me encanta comprar regalos, sea la época del año que sea, incluso a sabiendas de que es mucho más elegante comprar solo lo que uno necesita. Pero ¿a quién no le gusta cumplir los caprichos propios y ajenos? Soy puritana respecto a ciertas cosas -el respeto a la verdad, por ejemplo- pero no con el dinero, Trump con sus paredes forradas de oro me parece estupendo, espantoso pero estupendo, me molesta más la gente que va de pobre que la gente que va de rica.

Tampoco es que me haya cogido el deseo repentino de poner unos renos en el tejado o de llenar la casa de luces: no quité el árbol de Navidad del año pasado (un árbol de alambre con unos lazos verdes y lucecitas) y este año me he limitado a volverlo a enchufar. En cuanto al pesebre, compré en Inglaterra un portal de Belén con cada figurita pegada en su lugar, solo he tenido que sacarlo de la caja y ponerlo en el recibidor, me di cuenta de que el buey se había desprendido y le puse un poco de pegamento, hasta lleva el musgo incorporado.

No he abierto todas las ventanitas del calendario de adviento de golpe como hacía de niña, las he ido abriendo en orden, paulatinamente, intentando recordar todos los dibujos y escogiendo mis favoritos a medida que abría las ventanas.

No siento unas ansias irrefrenables de ver a los miembros de mi familia que no veo durante el año.

No tengo ningunas ganas de hacer listas redentoras de lo mejor que me ha ocurrido este año o de lo que deseo para el año que viene.

No me he puesto a cocinar ni a planchar manteles de hilo y no he llenado la casa de velas.

No he organizado ninguna comida, ni cena, ni fiesta de fin de año, cuento con la hospitalidad, que nunca falla, de mis seres queridos.

No compré lotería de Navidad y no he comprado lotería del Niño, todavía estoy a tiempo, quizá lo haga.

No he ido a la peluquería, ni tengo preparado ningún traje especial.

No he escrito ni mandado ninguna felicitación navideña, ni siquiera una de esas tan prácticas y deprimentes que se mandan por mail. Abrir el buzón, encontrar una carta, abrirla y que en su interior hubiese una imagen navideña todavía tenía cierta gracia, recibir un christmas por Whatsapp, no, o eso creo yo, tal vez sea una desalmada.

Sin embargo, esta mañana, al despertarme y lavarme las manos con agua caliente, he pensado: «¡Qué maravilla el agua caliente! ¡Qué suerte tener agua caliente! ¡Qué afortunados somos!». Es eso también el espíritu de la Navidad, ¿no?

*Escritora