Disfruto durante algunas horas de la compañía de Gustavo Martín Garzo, uno de los grandes escritores españoles de las últimas décadas.

Autor de prosa exquisita, es dueño de un mundo mágico donde la infancia y el mito, la leyenda y la imaginación se entrecruzan con la realidad de tal modo, formando tales efectos y laberintos que sus historias parecen sucederse en tiempos y territorios y con sentimientos y emociones siempre distintos.

El lenguaje de las fuentes, por ejemplo, una de sus primeras novelas, con la que ganó el Premio Nacional de Literatura, es una de esas obras maestras que al releerlas acreditan tal estado de inspiración que parece cosa de magia.

Además de un extraordinario narrador, Martín Garzo es un profundo conocedor de la literatura española. Después del Quijote, la mejor novela española sería, en su opinión, Fortunata y Jacinta, de Galdós. Que ahora, precisamente, tengo entre manos, en una nueva y fastuosa edición de Reino de Cordelia.

Ya a mitad del siglo XIX los ingleses arruinaron a los comercios españoles

En uno de sus primeros capítulos, Benito Pérez Galdós analiza el efecto del comercio inglés sobre el madrileño.

Como efecto de los grandes acaparamientos de las compañías británicas, amparadas por su poderosa marina, la depreciación de los géneros procedentes de China arruinaría a partir de 1840 aquellas tiendas del viejo Madrid, en la calle Postas o en la plaza Mayor, que se dedicaban a la venta de mantones de Manila. «Al fundar los ingleses su gran depósito comercial en Singapur, monopolizaron el tráfico de Asia y arruinaron el comercio que hacíamos con aquellas alejadas regiones por la vía de Cádiz y el Cabo de Buena Esperanza», reflexionaba Galdós, Las viejas fragatonas españolas que costeaban la ruta africana de Vasco de Gama fueron desplazadas por nuevas vías férreas y el canal de Suez.

Habrá que ver ahora si la Inglaterra del brexit es capaz de mantener, incluso de incrementar sus nichos financieros y sus redes comerciales, o, por el contrario, los ve disminuir. Y habrá que comprobar si su estrategia contribuye a enriquecer o empobrecer a las compañías y tiendas españolas. Lástima que no tengamos un Galdós para contarlo.