El cáncer surge de la acumulación de mutaciones en el genoma de las células tumorales. Por ello, si secuenciamos o desciframos el genoma de estas células de un paciente oncológico y en paralelo el de cualquier célula normal de ese mismo paciente podemos comparar ambos genomas con la ayuda de potentes programas informáticos y encontrar los daños concretos que han provocado ese cáncer. Esta idea era fácil de expresar, pero muy difícil de llevar a cabo, porque nuestro genoma está construido por 3.000 millones de piezas químicas en cada una de nuestras células y cualquiera de ellas podría ser susceptible de sufrir mutaciones y contribuir al desarrollo de un tumor maligno.

Esta imposible tarea comenzó a ser posible en el 2008, cuando se desarrollaron nuevas tecnologías que permitieron afrontar estas complejidades y descifrar genomas de manera rápida y asequible económicamente. Fue entonces cuando distintos investigadores de todo el mundo comenzamos a pensar que había llegado el momento de abordar, de la manera más profunda posible, el estudio molecular del cáncer y cartografiar los mapas de mutaciones de los distintos tipos de tumores. Se creó entonces el consorcio ICGC (International Cancer Genome Consortium), en el que participaron ocho países incluido España.

En su planteamiento inicial, se pretendía descifrar el genoma normal y tumoral de 500 pacientes con cada uno de los tipos de cáncer más frecuentes. En España, y bajo la dirección del grupo de Elías Campo en el hospital Clinic de Barcelona y de nuestro grupo de la Universidad de Oviedo, afrontamos el estudio de las mutaciones de la leucemia linfática crónica (la más frecuente en el mundo occidental). En paralelo, en varios países se inició el estudio genómico de otros tipos de cáncer hasta completar un primer bloque de ocho iniciativas diferentes, que después se fueron ampliando hasta alcanzar más de 30 proyectos.

En el 2011, nuestro consorcio español completó y publicó en Nature el desciframiento del genoma de los primeros cuatro pacientes con leucemia estudiados. Y a finales del 2015 publicamos también en Nature los resultados de los análisis de los genomas tumorales de 500 pacientes con leucemia. Poco a poco, los distintos países fueron completando sus estudios y llegó el momento de poner todos los datos en común. Esta iniciativa es la que se ha llamado PanCancer y en ella han tenido protagonismo especial los expertos en el análisis de datos masivos. En nuestro caso, investigadores del Barcelona Supercomputer Center, cuyo director es el gran investigador aragonés Mateo Valero.

Conclusiones

En el trabajo que ahora se publica se han analizado con extraordinario detalle cerca de 3.000 genomas tumorales y sus correspondientes genomas normales, de 38 tipos tumorales distintos.

Las conclusiones más importantes son las siguientes. En cada tumor se han encontrado de promedio unas 4-5 mutaciones con potencial de impulsar el desarrollo del cáncer. Estas se llaman conductoras y son probablemente funcionalmente irrelevantes para la enfermedad, pero que confunden y dificultan el análisis. Se han detectado con frecuencia estas mutaciones conductoras en regiones no codificantes del genoma, lo que antes se llamó (con gran disgusto por mi parte) DNA basura. También se han descubierto también nuevas firmas mutacionales en los genomas, o sea, las huellas concretas que los agentes carcinogénicos y que sirve para saber qué es lo que causó ese cáncer concreto. Y también se ha avanzado en la definición de los mecanismos de evolución tumoral, un proceso clave en las resistencias a la quimio y desarrollo de metástasis.

Respecto a las aplicaciones de este colosal trabajo, se puede decir que proporciona la información global suficiente para entender los mecanismos que causan la generción y progresión del cáncer, esa enfermedad que nos recuerda continuamente nuestra vulnerabilidad.

El descubrimiento de los genes más frecuentemente mutados en cada tipo de tumor va a posibilitar el diseño de estrategias dirigidas frente a cada uno de ellos. Pero siempre digo que la investigación es una lenta marea creciente y no se puede prometer lo que no se puede cumplir.

La culminación de esta fase del proyecto no implica la curación de todos los tumores a corto plazo ni muchísimo menos la erradicación de la enfermedad. El proyecto pone en manos de los oncólogos una información decisiva para guiarles en su difícil tarea cotidiana, pero quedan muchos retos pendientes. Pero hay que añadir una nota de optimismo: estos trabajos demuestran que el abordaje de grandes problemas no admite respuestas banales, hace falta mucho compromiso, trabajo y talento. La sociedad debería ser consciente de que cuando todo esto existe, unos pocos humanos son capaces de ponerse de acuerdo y coordinarse para proporcionar nuevas soluciones a problemas como el cáncer.