En las capitales, en las ciudades, en los pueblos grandes, el duelo por la muerte consiste en un hacerse ver, que te vean, de acercarse de forma fugaz a la concentración que va llegando y a la vez se va yendo del borde fronterizo del muerto. Si te vieron y hablaste con aquel que nunca hablabas, has cumplido. Ya puedes aprovechar la próxima comparecencia de concurrencia para marcharte, para ignorar, para olvidar.

En los pueblos, en nuestros pueblos, cuando nos enteramos de la muerte de un paisano, vecino o conocido, por poco que lo conociéramos, por poca simpatía que le tuviéramos, por poco que le debiéramos, nos acercamos a la sala de duelos en reconocimiento hacia todo aquello que hizo, lo bueno y lo malo, pero que sin lugar a dudas fue parte de nuestra propia existencia, de nuestra propia vida. Nos sentamos en las sillas de anea, ahora de plástico (farsante ecologismo que nos invade), nos apoyamos en la pared del edificio para paladear el momento, el tiempo que discurre lentamente, el tiempo que vendrá sin ese que ya no está. Nos aglomeramos alrededor del tabaco, compartiendo el humo, el silencio, el espeso silencio que proyecta el adiós para siempre.

Después de una larga agonía mediática, de titulares y de declaraciones vacías de contenido de responsables políticos, llega la muerte de una industria, la mayor industria de nuestra tierra vaciada, de nuestro Teruel. Es una muerte sin duelo, sin desconsuelo, fue condenada en vida por un falso e injusto juicio de muchos de los que se dejan ver ahora junto al muerto, de los que quieren que les vean junto al muerto para parecer que ellos no acusaron, no inculparon. Nos dijeron, nos dirán, nos dicen que es lo que tenía que ser, que en los tiempos modernos que vivimos el carbón no cabe, que nuestra madre Europa nos obligaba a ajusticiarla. Nosotros, los del pueblo, los que no entendemos de nada, los que sólo hacemos aquellos que nos dicen hacer, escuchamos pacientes, aborregados, sentados sobre nuestras sillas de plástico (farsante ecologismo una vez más), y asentimos o callamos.

En nuestro silencio, en el espeso silencio de los recuerdos, sonreímos al recordar cómo era nuestra tierra antes de que instalarán la industria térmica. Como aquellos años setenta, en la tierra vaciada se vivían los cincuenta, siempre veinte años atrás, siempre nos dejan atrás, también ahora nos dejarán atrás. Como los años ochenta, esta tierra que estaba hueca se fue llenando de gente proveniente de muchos sitios distintos, cual una heterogeneidad de acentos españoles, de costumbres y tradiciones. La riqueza, el valor que da la gente cuando se asienta, cuando comparte el espacio vacío, cuando comparte lo más valioso que se tiene, sus hijos con el territorio. Fueron a la industria térmica, y fueron muchos a las minas a sacar el carbón con el que había que alimentar al gigante, y todos empezamos a alimentarnos, a sentir que esta es una tierra en la que se puede vivir honestamente de sus recursos, asociados y participando de lo que la naturaleza nos dio, sin sentir que los nuestros, los del Este y del Oeste, nos dejan atrás.

Son tantos los recuerdos que invaden nuestro espeso silencio junto al muerto. Como no recordar aquellos, muchos de ellos que ahora se dejan ver para que les vean, que acusaban a las empresas, de expoliar nuestro carbón, que nos quitaban lo nuestro. ¿Donde está lo nuestro?, como si del negro y áspero carbón pudiéramos dar de comer a nuestros hijos. Ahí está el carbón, mucho y todo por sacar. Vengan a sacarlo y a dar de comer a esta tierra, a evitar que esta tierra no vuelva veinte años atrás, a evitar, como decía el maestro Labordeta, que nuestros hijos tengan que irse «al Este donde se trabaja y se paga». Aquellos que acusaban a la empresa titular de la industria térmica Endesa de esquilmar nuestros recursos, de vaciar nuestra tierra. Siempre fue más fácil acusar al que está, al que vino, que a aquellos que nunca quisieron venir a esta tierra, esos son bien vistos por los que se dejan ver junto al muerto. Claro que todos los que estuvieron hicieron cosas mal hechas, pero estuvieron; como nosotros que estuvimos y estamos, pero juntos recorrimos de forma fugaz los veinte años que nos separaban del resto del territorio, cogidos de la mano corrimos y nos ajustamos al tiempo.

Los de esta tierra, aunque con poca escuela y pocos medios, no somos tontos. Todos sabemos que habría un final para la industria térmica energética, un final a través de una transición, de una transformación de un cambio del sistema energético. Y no seremos tan tontos los de esta tierra, cuando así lo entendieron también nuestros hermanos alemanes y sus primos polacos, todos de la misma madre Europa. Ahora ellos, pacientes, con la paciencia de quien sabe de dónde viene y a donde se va, irán transformando su sector energético en base a una transición justa y con el apoyo de una financiación de dinero fresco de nuestra madre Europa. Estos hermanos y primos europeos sí que harán el duelo por su industria térmica, pero al más puro estilo irlandés; se come, se fuma, se bebe, se brinda en honor al fallecido con cerveza o whisky irlandés, se toca música con las gaitas, se baila, a veces se juega a las cartas y se recuerdan anécdotas y los mejores momentos que se han pasado junto a él.

Nosotros, los lunes al sol, con nuestras sillas de plástico, cabizbajos, a esperar. Porque como dijo el ilustre Alfredo Pérez Rubalcaba, «los españoles enterramos muy bien».

*Decano del Colegio de Ingenieros Técnicos de Minas y Vicepresidente del Consejo General de Colegios Oficiales de Ingenieros Técnicos y Grados en Minas y Energía