En cada uno de nosotros están inscritos dos modos muy distintos de conducirnos socialmente. Por un lado, está el modo vertical o jerárquico, basado en órdenes que manan del Estado o cualquiera de sus delegaciones, cuya eficacia depende en parte de la credibilidad que transmite, pero también del temor que inspira. Por otro lado, está el modo horizontal o anárquico, basado en la negociación continua de los acuerdos o desacuerdos y cuyo buen funcionamiento deriva del trato directo que las gentes tienen entre sí. El actual estado de alarma, ante una situación excepcional, ha decidido prohibir el modo horizontal e imponer el vertical. El problema es que en esta clase de situaciones el segundo es menos eficiente que el primero.

En 1951 Leavitt propuso a cinco personas realizar cierta tarea utilizando formas de comunicación centralizadas o jerárquicas y descentralizadas o anárquicas. Comprobó que la centralización aumentaba la eficacia, pero también el desinterés, y que con la descentralización ocurría lo contrario. Dos décadas más tarde, otro investigador, Bavelas, decidió averiguar qué sucedía en esas dos clases de grupos cuando se enfrentaban no a tareas rutinarias sino a problemas. Descubrió que los grupos descentralizados los resolvían mejor que los centralizados. En fin, que la jerarquía, permite sacar rápidamente adelante tareas sencillas o rutinarias aburriendo a los participantes, mientras que la anarquía, aunque trabaja más lento, resuelve mejor los problemas o conflictos que se presentan y compromete más a sus participantes.

Estas conclusiones obtenidas a partir de experimentos con grupos no difieren de las extraídas a nivel macro a partir de distintas clases de catástrofes. En los terremotos de México de 1985 y 2017, por ejemplo, los servicios dependientes del Estado colapsaron y el amplio abanico de problemas que apareció fue resuelto a base de ayuda mutua informal. Del mismo modo, en Aragón aún recordamos que en 1996, tras el desbordamiento de un barranco en Biescas y la inundación del cámping Las Nieves, no fueron la Guardia Civil ni los servicios de Protección Civil los que lograron auxiliar a los afectados, sino la rápida y desinteresada ayuda activada por los vecinos del pueblo. En esas y otras situaciones excepcionales, como las guerras, el modo vertical tiende a fallar, mientras que el horizontal suele emerger espontáneamente como solución. Los fallos no tienen que ver en ningún caso con los profesionales movilizados por el Estado sino con la organización jerárquica de su pericia.

En situaciones tan dramáticas y alejadas de la estabilidad como las mencionadas, la sustitución del modo vertical por el horizontal se produce de un modo inmediato y automático. En cambio, cuando la inestabilidad no es tan intensa, la sustitución se produce en un periodo de tiempo algo más dilatado en el que, primero, la cúspide donde convergen las jerarquías deja de convencer o resultar creíble a las bases, tanto porque sus diagnósticos o pronósticos no se cumplen, como porque sus prospectos o medidas no funcionan o se implementan mal. A la par que por estos motivos decae la confianza en la jerarquía, se activa informalmente el modo horizontal.

Los modos vertical y anárquico de organizarse lo social difieren en muchas más cosas. Por un lado, el primero parte de individuos completos, autónomos e independientes que solo excepcionalmente deben ser atendidos, mientras que el segundo asume que todos somos en algún sentido vulnerables, lo cual conlleva que constantemente nos dispensemos un amplio y permanente abanico de cuidados, por lo que somos interdependientes. Por otro lado, para el modo vertical es imprescindible percibir males externos que amenazan órdenes muy exigentes, mientras que el horizontal asume el carácter fracturado o imperfecto de la existencia, por lo que no es necesario imaginar tales enemigos. En tercer lugar, la vida colectiva jerarquizada tiende a separar áreas funcionales (política, cultura, economía, salud, etc.) e incluso lo social de la naturaleza, la vida de la muerte, etc., mientras que la horizontal tiene una percepción más sintética de la existencia y vuelve complementarios los opuestos. Finalmente, el modo vertical parte de órdenes decididas de antemano que se imponen por la fuerza si la realidad no se pliega a ellos, mientras que el modo horizontal es abierto en sus propósitos y se adapta a las resistencias o facilidades con que se va topando.

Tengo la impresión de que en este periodo de cuarentena obligatorio vamos a experimentar no sé si la sustitución del modo vertical por el horizontal, pero sí el debilitamiento del primero y la emergencia del segundo. También creo que este cambio se verá acompañado por una importante apertura y transformación de los valores. Ojalá todo ello permanezca, al menos como recuerdo, cuando todo se resuelva y el Estado recupere el mando.

*Catedrático de Sociología