Sea por falta de capacidad, de voluntad, o simplemente por que no fue diseñada para esto, la Unión Europea, cada vez más sobrepasada y menos unida, se está desentiendo de los problemas sociales y económicos que la crisis del coronavirus produce en los diferentes países. De nuevo está sobre la mesa aquella división nuclear entre países acreedores y deudores, ricos y pobres, o quizás de amos y siervos, que alberga en su seno. Insistir en la austeridad que Alemania impuso en el 2012, una senda que muchos, incluso desde el corazón de las burocratizadas instituciones europeas, ya han reconocido que fue equivocada, no es una opción. Como el estudiante Thomas Herndon se encargó de demostrar hace unos años, la austeridad como doctrina se basaba en datos falsos o erróneos y tenía efectos contraproducentes.

No hay, sin embargo y a día de hoy, cambios en el dogma que «dejó a los individuos y a sociedades enteras incapaces de controlar gran parte de su propio destino», como observó el Nobel Joseph Stiglitz, citado por Carlos Enrique Bayo; con Italia y España levantándose de la cumbre económica europea ante el bloqueo de Alemania, y Portugal calificando como «repugnante» la actitud holandesa, alineada con Merkel.

Pero si por arriba somos víctimas de una política impuesta de recortes que nos ha dejado sin defensas, por abajo, y a nivel ciudadano, la respuesta ante la alerta sanitaria ha sido la opuesta. Desde la reacción positiva de iniciativas personales y vecinales a otras capaces de sumar apoyos más amplios, tanto desde la sociedad civil como desde las propias instituciones. A ello habría que sumar, claro, arranques privados como el de diferentes establecimientos hosteleros, donando comidas y cenas al estresado personal sanitario.

Más allá de los aplausos y los reconocimientos simbólicos, las redes, en esa vertiente tan suya que coordina e hilvana cooperación, han demostrado que nuestra sociedad goza de buena salud. Y más cuando se incorporan a la causa de forma altruista personas influyentes y sectores profesionales, ya sea por efecto contagio o porque una situación tan extrema y desconocida acaba por interpelar a todos con responsabilidad, empatía y solidaridad. Quién nos iba a decir que la Europa de los pueblos a la que se le cerró la puerta en las narices ha encontrado su propia salida asomándose a los balcones. Como (casi) siempre, los dirigentes por un lado y la gente por otro. *Periodista