Elijan, tenemos de tó. Confinados en nuestras casas, tratando de hacer bien lo único que podemos para ayudar a la primera y segunda línea de contención, necesitamos cada vez con más urgencia un canal de desagüe, una cañería para ir destilando la impaciencia, la frustación, la pena, la tristeza, la rabia y hasta el odio; cada cual sabrá. El ejemplo admirable de médicos, enfermeras y el resto de oficios de riesgo reconfortan; los aplausos de las ocho alimentan la confianza, pero cada día que pasa el aire se llena más de rugidos, de espasmos, al calor de la incesante cascada de noticias regurgitadas una y otra vez, consideradas, analizadas, lamentadas, por la legión de informadores de urgencia, profesionales del ramo y hasta predicadores con intereses de parte.

Así que la gente, el personal, nosotros, o sea, necesitamos ese canal de alivio, ese canal de desecho para modular la tensión de la inmovilidad, la angustia de la separación y otras frustraciones que ha originado esta tragedia. Necesitamos, por así decir, poder insultar a alguien, echarle la culpa a alguien; y es una necesidad cada vez más urgente para destilar las aguas fecales del alma.

Si focalizamos toda esta mugre que nos va llenando sobre algo, sobre alguien concreto; si le damos forma a la desgracia encontrando un culpable, estamos excretando toda esa porquería. La naturaleza humana es un compuesto sutil de elementos, unos llenos de dignidad y belleza, pero también abunda la vileza, la fealdad, la mala sangre y en fin, el conjunto de lodos que guardamos en la bodega de cada uno para la ocasión propicia o necesaria. Y esta lo es. Pero no apurarse, el supermercado de aliviaderos ofrece un catálogo casi inacabable.

Cada quien puede elegir la emisora, el periódico, la tele que más le ayude a la eliminación de su propia hez, entre toda la industria especializada; toda una patulea de voluntarios y profesionales la sirve a discreción y por secciones. Se puede elegir, entre todas las fuentes, el análisis, el argumento, la prédica que mejor contribuya a confirmar cualquier prejuicio.

Cada periódico, cada canal de TV, cada emisora de radio, sirve el menú aderezado con el toque de sal y especias para el paladar más exigente. Y si no siempre queda a mano el lodazal de Twitter, Facebook, Instagram o el último que surja. Ahí encontrará usted ya, junto a la misma infamia, toda clase de discursos elaborados para insultar con falsos visos de razón, o ni siquiera. Noticias convenientemente manipuladas y facturadas a medida de su necesidad y de su prejuicio. Y para los resúmenes y consignas de urgencia, nunca le faltará un predicador de guardia, del color que elija, que le pondrá en la boca lo que luego tiene usted que repetir dentro de la parroquia de cuñaos, para ratificar odios preexistentes y quedarse confortablemente macerado en su mala leche.

--¿Lo ves? Ya te lo decía yo.