Después del inaudito éxito de crítica y público cosechado por la película 'Parásitos', cualquiera podía pensar que la opinión púbica española estaría lejos de admirar la realidad social y económica de Corea del Sur, donde no parece que aten los perros con longaniza (salvo los de los muy ricos). Pero el coronavirus le ha dado la vuelta a la situación y ahora mogollón de gente evoca las maravillas de aquel país asiático y lo bien que ha hecho frente a la pandemia. Pocos reparan en que allí sí disponían de tecnología y medios para, por ejemplo, fabricar test sobre la marcha. Pero sobre todo en que la población es muy disciplinada y el sistema político rezuma verticalidad y hasta hace relativamente poco era abiertamente autoritario. La democracia representativa se ha ido consolidando en las dos últimas décadas a trancas y barrancas. Ojo al dato.

¿Y qué me dicen de China? De repente, personas que odian el comunismo se deshacen en elogios ante la forma en que los jerarcas del Imperio Rojo han combatido el coronavirus, apoyándose simultáneamente en el ordeno y mando de gobierno y partido, y en los recursos de un boyante capitalismo de estado. Y Rusia, ¿eh?, y Singapur y el Este de Europa, que presentan datos de contagiados y muertos tan bajos que resultan increíbles. Aunque, claro, tales datos son artículo de fe. Sin controles y libertades plenamente democráticos, los mandamases pueden decir lo que quieran, silenciar a médicos y periodistas, intervenir las redes o expulsar a los corresponsales extranjeros (tal que hicieron el otro día en Pekín). De hecho, los regímenes autoritarios no es que sean más eficaces en la gestión de las catástrofes, es simplemente que pueden informar de ellas a su conveniencia. Crean una realidad paralela falsa y risueña… y ya está.

El franquismo (si se me permite recordarlo a título de ejemplo) ocultaba y falseaba de forma habitual los datos de víctimas en los choques de trenes, el derrumbamiento de minas o el reventón de alguna presa. En 1947, las instalaciones militares de Cádiz estallaron un día destrozando media ciudad y matando a cientos de personas. En el resto del país apenas se supo de ello. Todo funcionaba de maravilla, ¿no?

En cambio, el actual Gobierno de España gestiona la pandemia sujeto al escrutinio de todos: oposición, medios, internautas, organizaciones profesionales… Las derechas le acosan exigiendo a la vez actuaciones enérgicas y absoluto respeto a los derechos constitucionales. Los agitadores ultrarreaccionarios llaman asesino a Sánchez. Los sindicatos corporativos exigen en los juzgados material sanitario que no existe. Torra alaba el confinamiento casi total pero Urkullu lo critica. Ayuso va por su cuenta. Las patronales ponen el grito en el cielo porque quieren ser salvadas por un erario al que contribuían a regañadientes y al que ahora pretenden no contribuir en absoluto. Mientras, el parte de bajas se difunde a diario tal cual (incluso se incluyen en él enfermos terminales cuyo fallecimiento en países como Alemania no se atribuye al virus). Y aunque buena parte de los profesionales movilizados contra la plaga reaccionan bien o muy bien, no faltan los absentistas y los majaras (como los que ayer, en una ambulancia del servicio aragonés de salud, recorrían las calles haciendo sonar 'El novio de la muerte' por el altavoz y repartiendo saludos y abrazos).

No envidio a quienes en estos momentos han de liderar la respuesta a la pandemia y deben hacerlo en democracia, que es lo más difícil aunque sea lo más eficaz. Ellos también querrían ser chinos. ¿Y comunistas? Y comunistas, claro. Pero de los de verdad. De los que dan miedo.