Si la vida colectiva es un flujo constante de sociabilidad, ante peligros que amenazan la clase de orden que tenemos, quienes lo manejan suelen apostar por apuntalarlo a través del sacrificio o amputación de dicha sociabilidad. Esto es precisamente lo que ha venido ocurriendo desde que estrenamos el siglo XXI. En efecto, la actual emergencia sanitaria ha sido abordada a base de confinamiento y suspensión de unos cuantos derechos civiles, la crisis económica del 2008 se resolvió haciendo otro tanto con los derechos sociales y la guerra contra el terror inaugurada tras el atentado a las Torres Gemelas del 2001 hizo algo parecido con los derechos políticos. Este comienzo del siglo XXI se ha encargado pues de mostrar a quienes todavía no lo sabían que los estados y su legión de expertos solo saben garantizar la estabilidad debilitando la vida en común. Sin embargo, los peligros que traen consigo crisis como las actuales también pueden estimular respuestas que acrecienten la vida colectiva en lugar de disminuirla.

De hecho, así opinan unos cuantos expertos. En efecto, los anticuerpos enlazan con todo tipo de células, no solo con «sus» antígenos, así que unos y otros son elementos de una misma red que, de manera alternada o también simultánea, desempeñan uno u otro papel. También es bien conocido que las bacterias, gracias a unas partículas genéticas que las visitan, pueden llegar a recibir un 50% de genes nuevos sin alterarse. Por otro lado, en las células con núcleo, sus mitocondrias fueron originalmente bacterias que acabaron ocultándose en el interior de células bacterianas mayores. Allí obtuvieron nutrientes y a los huéspedes les vino bien que consumieran oxígeno pues este resultaba nocivo para su ADN. Por otro lado, la lógica de la distinción tampoco sirve para comprender lo que ocurre en el interior de los propios organismos complejos. En efecto, la distinción entre los sistemas inmune, endocrino y nervioso, por ejemplo, no es muy consistente, pues hay una familia de entre 60 y 70 macromoléculas que relacionan los anticuerpos, los órganos y el cerebro dando lugar a un conjunto psicosomático en el que la separación de partes o subconjuntos deja de ser pertinente. En definitiva, las ciencias de la vida han dejado de lado la mirada que solo sabe ver diferencias estables para empezar a tomarse en serio las conexiones dinámicas. Como consecuencia de esta nueva mirada desaparecen los peligros externos y emergen las totalidades.

Lo interesante de esta mirada es que no difiere mucho de la que había antes del despliegue de la ciencia. En efecto, la conexión de todas las cosas entre sí a través de complejos vínculos eróticos en un mar de simpatía universal, es la base del conocimiento y práctica de la magia. Por otro lado, la íntima relación de la vida y de la muerte, así como la necesidad de morir para posteriormente renacer, en el nivel o con la intensidad que sean, son los temas principales de gran cantidad de mitos. Y, en fin, la propia idea de que el veneno es la dosis, enunciada exactamente así por Paracelso desde su experiencia con la alquimia, está en la base de la vacuna. Para todas estas miradas no hay batallas que librar contra ningún enemigo, el afuera está adentro, lo de arriba es como lo de abajo y todo está relacionado con todo. Este otro modo de ver el mundo está justo en las antípodas del que han inspirado las medidas de excepción, el recorte de derechos y, en fin, el debilitamiento de la vida, con los que hemos ido afrontando, una tras otra, las tres crisis con las que hemos iniciado el siglo XXI.

*Catedrático de Sociología