En situaciones extraordinarias se ve la pasta de la que estamos hechos. Esta crisis marcará nuestras vidas, pero también arrojará una lectura colectiva de nuestra comunidad a la que damos forma y orientamos con nuestras actitudes cotidianas.

El confinamiento ha supuesto una prueba de fuego para nuestra paciencia y una trampa para el entendimiento. Cuando la comunicación solo tiene tres tipos de ventanas (las de nuestras casas, las de nuestros móviles y las de nuestras televisiones) es difícil establecer un canal sincero a través del cual compartir los miedos y temores derivados de la conciencia de la vulnerabilidad. El cóctel de la ausencia de certezas y mes y medio de confinamiento es sin duda explosivo para una sociedad poco acostumbrada a la humildad.

Por eso, estos días debemos ser muy cuidadosos y no caer en la trampa de buscar culpables. Saber escuchar hoy pasa por buscar respuestas a los problemas colectivos en un momento de pocas certidumbres, pasa por pensarnos en común, como parte de la colmena que compartimos, con los mismos derechos (no más) y las mismas obligaciones (no menos). Lo demás es caer en un individualismo estéril y en la trampa de quienes quieren usar nuestro miedo de forma vil y ventajista. El Covid 19 está desnudándonos moralmente, permitiéndonos ver esa pasta de la que estamos hechos. Y lo que vemos, sin estar exento de miserias, está plagado de esfuerzo colectivo y solidaridad. Estoy convencido de que cada día son más los españoles y españolas que han entendido que de esta saldremos antes unidos y que en esa esperanza radica el sentido de su sacrificio.

Sé que son muchos los que han dejado atrás sus instintivos deseos de trascendencia tuitera y las certezas de epidemiólogos de barra de bar y los han sustituido por la empatía hacia quienes se tienen que vestir con bolsas de basura para salvar vidas y hacia quienes, teniendo responsabilidades, sufren por ello reconociendo su impotencia.

Lamentablemente otros, es cierto que menores en número, pero con gran respaldo mediático, recursos suficientes y ningún escrúpulo para declarar la guerra a la verdad, han decidido utilizar la pandemia para atacar a quienes lo están intentando todo en vez de ayudarles a superar la enfermedad. Los ultras del odio, como siempre, están tratando de conducir nuestro malestar e incertidumbre, vendiéndonos que la salida autoritaria es el camino para dejar atrás de una vez por todas esa terrible conciencia de la fragilidad que todos y todas padecemos, una falacia que ha salido muy cara en otros momentos de la Historia.

No se equivocan en lo que está en juego, desde luego, saben que el después de esta crisis nos conducirá a una nueva normalidad, que será nueva o no será, y saben que lo que está en juego son los valores sobre los que cimentarla. Por eso, son vitales los aprendizajes que como sociedad nos está dejando esta pandemia. Lecciones que no debemos dejar pasar para afrontar la crisis social, económica y también cultural que tenemos sobre la mesa.

Prioridades

La solidaridad, lo común, los cuidados, el papel director de lo público y de sus servicios esenciales (sanidad, educación, protección social…), la necesidad de recuperar nuestra capacidad productiva para garantizar que no nos falta lo básico (desde mascarillas a patatas), la investigación, la necesidad de cobertura social…, son hoy prioridades que debemos mantener como brújulas en la toma de decisiones para reconstruir nuestra comunidad, poniendo a las personas y sus derechos por delante.

Pero debemos hacerlo sabiendo que no podemos exigir sin exigirnos, sin seguir comprometidos con el sostén común, como hemos hecho estos días. Por eso debemos repartir con justicia los esfuerzos que hoy tenemos que hacer para mañana vivir con mayor dignidad y seguridad, con más derechos. Eso también se traslada al ámbito de la factura que indudablemente conllevará todo esto. Por eso debemos desconfiar de quienes piden todo, pero no están dispuestos a pagar impuestos como sí lo hace la inmensa mayoría.

No es momento de caridad, de autoritarismo o de café para todos. no es momento de volver a la situación anterior basada en unas lógicas políticas que han generado unas cuotas de desigualdad insufribles en forma de precariedad, recortes y desprotección y que de aplicarse ahora supondrían dejar tirados a buena parte de los vecinos que hoy lo están dando todo.

En definitiva, es momento de consolidar una nueva sociedad en la que nuestro grado de bienestar y protección lo valoremos a tenor del que disfruta la vecina que hasta hace un mes no tenía nombre y que hoy nos cuida, nos atiende en el supermercado, nos limpia o nos llama para saber que estamos bien con dulzura y afecto.

*Coordinador general de IU Aragón