Ayer. Hace nada, existía en nuestra sociedad un debate abierto, vivo y controvertido sobre el uso del velo por parte de las mujeres musulmanas, e incluso se llegó a prohibir su utilización en algunos centros hospitalarios, educativos o instituciones públicas. Conviene aclarar que, aunque el velo es un genérico, sus variedades son múltiples, desde el hiyab, chador, khimar, shayla, burka, niqab, almira (este último utilizado en los Juegos Olímpicos de Río en 2016 y posteriores) con increíbles diseños en tejidos, colores y formas. En España, el más utilizado es el hiyab.

El argumento más fuerte para su prohibición era que impedía conocer la identidad de quien lo portaba. Y no era España el país europeo que más rechazo mostraba ante el velo, Francia y Bélgica lo prohibieron en 2011, mientras que Holanda y Bulgaria lo hicieron en 2016, Austria y Luxemburgo en 2017 y Dinamarca en 2018. Hubo fuertes discusiones sociales en Alemania, Suecia, Letonia, Lituania o Noruega, con la argumentación de que era un signo de sumisión de la mujer. Italia, por su parte, ya se había planteado este problema en la década de los 70, porque dificultaba la identificación personal.

A estos hechos hay que sumar la promulgación de la ley mordaza que permitía la discrecionalidad de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad para sancionar a personas que utilizaran una capucha en manifestaciones, que impidiera su identificación. Esta ley se aprobó mayoritariamente con los votos del PP bajo la presidencia de Mariano Rajoy, a pesar de que entraba en colisión con artículos de la Constitución, como los referidos a la dignidad, integridad física, intimidad de la persona, derecho a la manifestación o libertad de información. Mientras que los agentes eran inidentificables, sus sanciones podían alcanzar los 30.000 euros. En 2017, el Tribunal de Justicia de la Unión Europea permitió que dos trabajadoras fueran despedidas por negarse a quitarse el velo, una en Bélgica y la otra en Francia.

Hoy. Aunque en España las mascarillas no son todavía obligatorias, sorprende que alguien vaya por la calle, o acuda a su centro de trabajo sin mascarilla. Las autoridades sanitarias consideran que será conveniente llevarlas una temporada más, hasta que el riesgo haya decrecido. Todas las personas con las que nos encontramos por las calles portan su mascarilla y pueden llevar gafas de sol y una visera protectora de sol o de coronavirus. Si el argumento para la prohibición del hiyab es la dificultad en la identificación, ¿no lo es también la mascarilla? y si el otro argumento era la sumisión de las mujeres, cabría preguntarse: ¿es la mascarilla una sumisión al virus, o a las autoridades sanitarias o policiales? Y ¿ahora ya es posible cubrirse la cara incluso en una manifestación? (Véase la reciente manifestación contra Netanyahu en Tel Aviv, con la cara enmascarada aunque guardando los dos metros de seguridad), que entra en colisión con la misma Ley de Seguridad Ciudadana que es, por otra parte, la que permite a los Cuerpos de Seguridad del Estado sancionar a cualquier persona que se salte el confinamiento, en tiempos del covid-19, con multas de 601 a 10.400 euros.

Mañana. Después del confinamiento, y tras haber ido con la cara cubierta durante más de dos meses, ¿aceptaremos los ciudadanos europeos la utilización de los velos como algo normalizado? ¿O haremos un tratamiento distinto si se trata de una mascarilla o un hiyab? ¿O se podrá refugiar algún delincuente tras la mascarilla? ¿O podrá ser considerada como una forma de ocultar la identidad personal? ¿Nos preocuparán más los símbolos religiosos, políticos o filosóficos que la ocultación de la identidad?, ¿o se permitirá, como en Israel, acudir a manifestaciones con la cara cubierta?

Me preguntaba si la nueva realidad social, tras el confinamiento va a significar la revocación de algunas leyes, o prohibiciones que eviten ser utilizadas de forma arbitraria, sin respeto a la Constitución.

Este confinamiento habrá servido para preservar la salud pública, pero también para reflexionar y modificar algunas costumbres, normas, leyes, hábitos o arbitrariedades sobre las que no nos habíamos parado a pensar en exceso. O dicho de otro modo, si las costumbres sociales se han modificado, ¿no se deberían también modificar las leyes reguladoras y sancionadoras?

¡Ahora todos llevamos niqab!

*Profesora y coordinadora de Periodismo-Unizar. mariagp@unizar.esSFlb