No vivimos un Primero de Mayo como los demás. Estamos de duelo por nuestros muertos y la pandemia que nos azota impide que nos reunamos en las calles, que saquemos nuestras banderas como venimos haciéndolo desde hace 130 años y que gritemos nuestras consignas. Pero nuestras peticiones se canalizarán por otros medios y, como siempre, se resumirán en la reivindicación de la dignidad del trabajo.

Estamos orgullosos de lo que hacemos. La epidemia ha puesto en evidencia que cuando está en juego lo más importante, la salud y supervivencia de las personas, la sociedad cambia de prioridades y reasigna esfuerzos, y en esas circunstancias el trabajo es la solución.

El trabajo de los que combaten directamente la epidemia en los centros sanitarios, desbordados, o el de aquellos que cuidan a nuestros mayores y han sufrido el golpe de no poder protegerlos por carecer de medios y estrategias.

El trabajo de quienes garantizan nuestra seguridad y el suministro de bienes y servicios que nos permiten mantener un mínimo confort sin restricciones.

El de aquellos que siguen en su actividad, en casa o en los centros de trabajo, tomando las medidas de seguridad necesarias y mantienen en lo posible el pulso de la economía o tramitan el complejo entramado normativo que se ha puesto en marcha desde las instituciones.

El de los miles que ya están pagando la crisis: los que esperan, acogidos a un expediente temporal y con sus ingresos mermados, volver a la actividad con la duda, en muchos casos, de si eso ocurrirá; y los que ya han perdido su empleo.

Esta epidemia ha llegado en un momento en que el empleo todavía no había sanado las heridas producidas por la crisis de 2008, ni en cantidad, ni en calidad ni en retribuciones, y a esas heridas no curadas vienen a sumarse ahora las que producen las necesarias medidas de contención del virus.

Por eso nuestra máxima preocupación desde el primer momento fue la supervivencia de las empresas para mantener el empleo una vez pasada la crisis sanitaria. Eso se ha sustanciado en la flexibilización de los expedientes de suspensión temporal de empleo, con el fin de que no se recurriera a la extinción de los contratos. Aún así, en marzo, según datos de la Seguridad Social, se perdieron más de 800.000 puestos de trabajo. Un instrumento que debe mantenerse en el tiempo precisamente por su objetivo: salvar empleos.

En segundo lugar, hemos querido atender a la situación de las personas, y ello se ha hecho mediante un sistema de ayudas que pretendían aliviar la de aquellos que se quedaran sin ingresos. Pero ese paquete de medidas debe completarse con la pieza fundamental del establecimiento de un ingreso mínimo vital que debe implantarse inmediatamente, aunque sea como instrumento provisional en tanto se aprueba una ley que lo establezca como mecanismo permanente de protección.

Y, por supuesto, hemos primado las medidas sanitarias, exigiendo y negociando cambios organizativos en los centros de trabajo y pidiendo el abastecimiento de medios protectores. Ante la paulatina vuelta a la actividad, la preservación de la salud será el factor clave: mantendrá a salvo a las personas y permitirá una actividad económica que de mantenerse mucho tiempo detenida agravaría las secuelas.

Pero queremos más, queremos que el esfuerzo colectivo que hemos hecho y el que tenemos que hacer, y que los medios movilizados por los gobiernos, desde el más pequeño ayuntamiento de un municipio a la Unión Europea (esperamos y exigimos) sirvan para generar un nuevo modelo que garantice un mayor vigor de nuestra economía mediante la industrialización, que se adapte a las tecnologías digitales y que sea respetuoso con el medio ambiente.

Pero, sobre todo, que gire en torno a las personas, su protección, su desarrollo e igualdad. Donde lo comunitario sea prioritario y los servicios públicos, que hoy están en primera línea, se fortalezcan.

Nos hemos protegido juntos, queremos salir juntos de la crisis y unidos queremos prosperar.

Y ¡viva el Primero de Mayo!