Pasan las semanas, los meses y las prórrogas del estado de alarma y es curioso pero seguimos sin ponerle cara a esta etapa crisis que nos ha caído encima de sopetón, como si de un meteorito se tratase. Y es raro, porque la civilización esta nuestra es especialista en improvisar en unas pocas imágenes, en ocasiones a personalizar en una sola figura, todo gran acontecimiento, catástrofe o movimiento social. Ahí está Cohn-Bendit y los adoquines de París, los claveles dentro de los fusiles en Portugal, los paraguas en Hong Kong, los tanques en Praga, el estudiante de Tiananmén, la niña abrasada en Vietnam, la colección de calaveras de los gemeres rojos, la huella de Armstrong en la luna, John John Kennedy saludando al paso del cortejo fúnebre de su padre, Di Stefano colgado del aire o Seaman atrapado como un atún en la red de París sabedor de que toda su vida quedaba concentrada en el balón de Nayim.

Los ejemplos son miles, millones. Desde los más profundos y trascenden tes (De Gaulle saludando en los Campos Elíseos como si llevara una escoba cosida al uniforme, la muerte del miliciano captada por Capa o Aylan varado en una playa de Lesbos...) a los más chuscos (Esteso y Pajares y el llamado destape o aquel pezón de Sabrina que le pegó en un ojo a la mitad de los españoles en al Nochevieja del 87...). Sin necesidad de rebuscar tanto, baste como botón de muestra el reciente terremoto ecologista que encarna Greta Thunberg. Más allá de símbolos consensuados, hablamos de estampas que surgen, de flashes que de repente se graban a fuego en el hipotálamo de la sociedad.

Sin embargo, ahora no termina de explotar una foto fija. La última gran crisis, la financiera, la que ahogó a la mayoría enriqueció aún más a unos pocos, se suele resumir con las fotografías de los trabajadores de Lehman Brothers diciendo adiós a su trabajo portando sus enseres en cajas de cartón, pero en la de ahora (en esta, no se libran ni los desalmados) todavía hay un hueco visual por cubrir.

De momento tenemos solo sucedáneos como sanitarios y sanitarias vestidos de astronautas, mascarillas por doquier, el boom de las videoconferencias, camillas llegando en ambulancia o abuelas centenarias con el alta en el bolsillo. Tenemos también los aplausos de las ocho, pero no terminan de ser la instantánea definitiva. Y nos quedan 'Resistiré' como himno que ya cansa y el Congreso como verbena que ya aburre. Elijan ustedes.

*Periodista