Tumbado en el diván, de repente, el analizando le suelta al psicoanalista: «¿No habrá usted pensado que yo quería matar a mi padre?». Como una esfinge, el terapeuta responde: «Disculpe, yo no he dicho una palabra hasta ahora». Entonces el analizando (se) dice: «¡Hostia! He querido matar a mi padre». El acceso a este (re)conocimiento es lo que desencadena el proceso de cura.

A nivel social, más exactamente institucional, hay infinidad de fenómenos que repiten este esquema. En efecto, si ante la acusación penal lanzada a un sujeto cualquiera, este tiende a responder algo así como «disculpe, no he hecho nada incorrecto», el sistema bien podría pensar, como el paciente del primer ejemplo: «¡Vaya!, tiendo a culpabilizar a las gentes!». Es precisamente para curarse de tan lamentable hábito que el sistema ha inventado la presunción de inocencia. Así que este principio jurídico, no está puesto porque se piense que la gente es naturalmente inocente, sino por lo contrario: para limitar la irrefrenable tendencia de las instituciones a adjudicar culpas y castigos a los sujetos. Eso sí, siempre que dichas instituciones lo reconozcan y se arrepientan de ello.

Derechos civiles

Otro ejemplo. Si ante la tendencia del Estado a regular la vida ordinaria de las gentes, estas responden algo parecido a «disculpe, sabemos y queremos hacer las cosas nosotros solos», el Estado, como nuestro paciente, podría pensar: «¡Caramba! tiendo a subestimar a las gentes». Para remediar esta predisposición se han inventado los derechos civiles, hoy en un lugar destacado de cualquier carta constitucional. Por lo tanto, estos y otros derechos no están porque sean naturales sino para protegernos de un Estado que tiende permanentemente a subestimarnos. También en este caso es necesario que el Estado lo reconozca, se arrepienta y cure.

El problema de fondo es que el sistema judicial y el Estado en su conjunto no pueden dejar de desconfiar de las gentes, aunque estas no cometan delitos y sean capaces de autorregularse, ya que es más poderoso su hábito ontológico de considerarlas culpables por un lado e incapaces o súbditos por otro. La presunción de inocencia y los derechos civiles tienen la función de frenar esos impulsos. Tanto la Justicia como la democracia saben perfectamente todo esto. Sin embargo, aun sabiéndolo, suelen librarse de esos frenos sin mucho pudor. Como lo saben y, a pesar de todo, lo hacen, no son ignorantes, tampoco están enfermos y ni mucho menos están curados, sino que son cínicos. Si el Estado hiciera caso a las gentes tal y como el analizando presta atención al terapeuta, podría ponerse en la posición necesaria para curarse. Sin embargo -conviene insistir en esto-, el Estado ya lo sabe todo y sigue haciendo lo mismo porque estás instalado en el cinismo.

Afortunadamente nos quedan las crisis. En efecto, las crisis sociales, del mismo modo que las personales, tienen la virtud, por un lado, de desvelar de un modo abrupto y directo las tripas del entramado institucional en el que nos desenvolvemos. La que ahora tenemos encima pone de manifiesto, como ya nos habían advertido antes tantos estudiosos de la cosa, que el estado de alarma (mejor dicho, el estado excepción) es la razón de ser y origen de lo político, por lo que la democracia es su excepción. Pero, por otro lado, también manifiesta esta crisis la poca consistencia y falta de sentido común de las leyes, normas, reglamentos etc. Las meteduras de pata con las peluquerías al principio, el permiso de los niños para ir a los supermercados después y la continua incapacidad para contar bien a los muertos y contaminados, son solo tres ejemplos ello. En las situaciones estables no nos damos del todo cuenta de esto porque el Estado se limita simplemente a gestionar la cosa, pero en las inestables, donde se necesitan decisiones de otro tenor, cualquiera puede ver de frente y a la cara lo poco capaz que es el Estado para hacer frente a los imprevistos. De modo que quizás hagan falta más crisis y que la administración de la vida le resulte imposible para que el Estado cambie. Quizás desapareciendo. Ya iremos viendo.

*Catedrático de Sociología