Según el esperado informe del Ministerio de Sanidad, aproximadamente 2,3 millones de gentes, el 5% de la población española, ha tenido contacto con el virus. Sin embargo, cuando escribo estas líneas solo han pasado por el sistema sanitario 271.000 contagiados, lo que apenas supone un 10% del total de «contactados». Hay pues una zona oscura e indeterminada que abarca al 90 % de la gente infectada pero invisible para nuestro sistema de salud.

La Nada que ha aparecido en este concreto intervalo espacio-temporal de la crisis es la misma que campa en cualquier ámbito de la realidad, sea psíquico, social, biológico o físico. Sin embargo, del mismo modo que ocurre con el Covid-19, ese vacío mudo resulta tan desesperante al sacerdocio de la ciencia y de la técnica como el Dios del que los fieles esperan una señal desde la noche de los tiempos. El principal problema es que en los aledaños de la Nada, surgen tantas anomalías que la confianza depositada en las reglas y normas inventadas para el resto de la realidad tiende a desvanecerse. Por ejemplo, la temperatura mínima absoluta y el vacío perfecto son tan perseguidos como fallados por las más sofisticadas tecnologías, debido a que, al aproximarnos a ellos, la naturaleza se vuelve extraña y las leyes dejan de funcionar. Del mismo modo, el 0, incorporado al sistema decimal occidental en el siglo XII, no se deja tratar como el resto de números, por ejemplo, al multiplicarlo por otro número, adjudicarle una potencia o hallar su factorial.

Sin embargo, aunque inasible, la Nada siempre está ahí y tiende a aumentar hasta llenarlo todo a medida que salimos de nuestra zona de confort. En efecto, si al nivel del mar las moléculas de aire están tan apretadas que sólo las separa una millonésima de milímetro y en la órbita terrestre la distancia es una centésima de milímetro, fuera de la influencia de la tierra, los átomos distan entre sí alrededor de 1 centímetro, por lo que el vacío es más patente. Lejos de nuestro sol, en el espacio interestalar, se han descubierto oscuridades en las que las partículas distan entre sí hasta 10 cm. Más lejos aún, en el espacio intergaláctico, se han detectado concentraciones de vacío en las que los átomos están separados por 50 cm. Esos vacíos cubren un espacio tan vasto que podría albergar tanta masa como todas las galaxias visibles juntas. Pues bien, en esas inmensidades hay huecos de unos 50 millones de años-luz de diámetro cuya densidad media es diez veces menor, por lo que la distancia entre los átomos es de 5 metros.

Allá arriba, como aquí abajo, la nada es del orden del 90%. Frente a esto no hay otra opción que aceptar con modestia la finitud de nuestras ciencias y técnicas. Por cierto, esto no tiene que ver con ninguna resignación, pues tratando con la nada o lo indefinido es el modo como las gentes y sociedades se ponen en la posición necesaria para renacer. Algo que en estos momentos no nos vendría nada mal.

*Catedrático de Sociología