El presente artículo pretende ser continuación al publicado por Pedro Arrojo en este diario el pasado 26 de mayo. En él se planteaba la necesidad de responder a la actual crisis económica, tras la pandemia de la covid-19, con un cambio de modelo económico orientado hacia la justicia social, la sostenibilidad y el fortalecimiento de la democracia, sobre la base de una gran inversión pública que permita garantizar la transición energética y orientar la inversión privada.

Sin embargo, todo ello, siendo necesario, no es suficiente; deberíamos reflexionar sobre cómo desplegar esas energías renovables. Por su carácter modular y su dispersión en el territorio, en comparación con las fuentes fósiles y nucleares, las energías solar y eólica tienen un gran potencial para democratizar la economía, permitiendo una soberanía energética bajo un control ciudadano descentralizado. Pero eso es solo una posibilidad. Las prisas, la falta de reflexión y la presión de los más poderosos pueden favorecer que sean los mismos grandes oligopolios de la era fósil quienes las desplieguen y se apropien de ellas, como de hecho está empezando a ocurrir. Sin un empoderamiento ciudadano y una buena regulación pública, perderemos esta oportunidad de promover esa nueva economía social y solidaria que necesitamos. La urgencia de transitar a las renovables no disculpa el no hacerlo bien. Es fundamental empoderar en este proceso a comunidades de vecinos, ayuntamientos y comarcas, planificando la implantación de estas nuevas tecnologías desde una amplia participación ciudadana. Evitaremos así estrategias especulativas y conflictos sociales como los que están surgiendo frente a parques eólicos y falsos huertos solares.

A la hora de diseñar procesos complejos, como la transición energética y su impacto sobre la economía, la Unión Europea viene usando un sofisticado modelo conocido por las siglas Medeas. Recientemente un equipo de la Universidad de Valladolid (Nieto, Carpintero, Miguel y De Blas) lo han empleado para evaluar tres opciones:

1) seguir como hasta ahora, sin hacer nada;

2) promover un pacto verde, confiando exclusivamente en el cambio tecnológico;

3) promover una economía postcrecimiento que, además de transitar a las renovables, reequilibre los sectores agrario, industrial y servicios, cambie el modelo de consumo y reduzca desigualdades.

El resultado del estudio es el siguiente:

1) seguir como hasta ahora nos conduciría a una crisis económica catastrófica, por colisión del actual modelo de producción y consumo con la crisis climática, el agotamiento de recursos minerales, el deterioro de las masas de agua y la quiebra de la biodiversidad;

2) el pacto verde, implantando tecnologías renovables, suavizaría esa crisis, pero no evitaría superar el grado y medio de incremento en la temperatura global lo que, según el IPCC (Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático), conllevaría graves riesgos ambientales globales;

3) la opción de poscrecimiento, vinculando la transición energética a un profundo cambio estructural de la economía, permitiría alcanzar los objetivos del IPCC y mantener el cambio climático en un umbral mínimo de seguridad.

El Pacto Verde para transitar a las energías renovables es por tanto necesario, pero no es suficiente. Es preciso cuestionar y acabar con el suicida mito del crecimiento ilimitado, basado en un uso creciente de recursos naturales, que son finitos o tienen una tasa de renovabilidad limitada. Debemos entender que la forma más segura de hacer frente a la emergencia climática y a la triple crisis ecológica, económica y social de nuestro tiempo, exige que la transición a las renovables vaya de la mano de un profundo cambio estructural de la economía, que valore como es debido al mundo rural y establezca nuevos puentes con el medio urbano, que desarrolle la agroecología y transite hacia una producción industrial más ecológica y circular. Pero sobre todo una economía que ponga en valor los cuidados; una economía «cenicienta» que priorice el cuidado de todas las formas de vida, desde principios colaborativos, frente a la lógica agresiva, competitiva y depredadora de recursos que impone el mercado. Una economía, en suma, con alma de mujer.

*Catedrático de la Universidad de Barcelona

**Profesor emérito de la Universidad de Zaragoza