Todas las sociedades, como los propios individuos, llevan consigo conflictos y traumas internos que, si no son capaces de afronta y resolver, tienden a retornar una y otra vez provocando daños cada vez más devastadores. En el caso de Estados Unidos es su pasado racista el que no cesa de rebrotar periódicamente en el seno de la trama institucional provocando respuestas violentas. En Francia, nunca se ha afrontado lo que implicaba el affaire Dreyfus, en el que Zola apareció inventando la figura del intelectual comprometido, ni la continuación del síntoma en el fácil y rápido asentamiento del Régimen de Vichy. En Alemania, los jóvenes de los años 60 y 70 preguntaban a sus padres dónde y cómo estaban cuando el nazismo llegó al poder. En España, nuestro problema es el franquismo, que hunde sus raíces en lo peor de nuestra historia y con el que institucionalmente nunca hemos querido saldar cuentas. Una parte importante de los problemas de nuestra democracia tienen que ver con esta denegación.

Cuando los jueces y la Guardia Civil, unos con decisiones arbitrarias, los otros con métodos que creíamos desterrados e informes periciales aberrantes, ambos guardándose las espaldas, cerraron periódicos, prohibieron partidos, encarcelaron a quien les vino en gana y, en fin, empezaron su particular lawfare contra la disidencia vasca, argumentando que todo aquello era ETA, unos miraron a otro lado, el resto consintió y la mayoría de los medios de comunicación aplaudió. Luego, todos hicieron oídos sordos a las advertencias, informes y requerimientos de los organismos internacionales

Más tarde, cuando los jueces y la guardia civil fueron con ese modus operandi ya muy rodado y la opinión pública anestesiada a por los independentistas catalanes que organizaron el referéndum del 1 de octubre el 2017, los partidos de orden volvieron a cerrar filas, mientras que el resto siguió mirando a otro lado. Que un amplio abanico de organismos y personalidades relevantes a nivel internacional, así como solventes tribunales de Alemania, Bélgica e Inglaterra cuestionaron todo el tinglado, no impidió en absoluto que prácticamente todo el mundo cerrara filas en torno al Deep State y que otros pensaran en pescar algo en el río revuelto.

Estos días, cuando, de nuevo y utilizando el mismo procedimiento, los jueces y la Guardia Civil han dado sus primeros pasos para procesar a parte del Gobierno por su gestión de la crisis sanitaria, con mucha de la prensa jaleando la aventura, es tal la incorporación de aquel hábito y el apremio de pescar otra vez en el revuelto río, que apenas ha habido respuesta, como no sea, igual que en otras ocasiones, las de los directamente concernidos. Sin embargo, esta vez todo es especial, pues se ha cerrado el círculo en un lugar que sólo los más inocentes no esperaban. En efecto, una de las víctimas puede acabar siendo un juez que alcanzó fama y prestigio a base de colaborar en recetas aplicadas en el Frente del Norte similares a los que hoy él mismo quizás padezca. Por cierto, otro juez estrella que abrió el camino a esta clase de aventuras, también terminó devorado por el Deep State.

Este mal estructural que padece nuestra democracia, no puede sino traer del recuerdo un poema, erróneamente atribuido a Bertold Brecht, del pastor y teólogo alemán Martin Niemöller, que comenzó siendo votante del nazismo y terminó en un campo de concentración:

«Cuando los nazis vinieron a buscar a los comunistas / No dije nada / Yo no era comunista.

Cuando vinieron a buscar a los social-demócratas / No dije nada.

Yo no era social-demócrata.

Cuando vinieron a buscar a los sindicalistas / No dije nada. / Yo no era sindicalista. /Cuando vinieron a buscar a los católicos / No dije nada. /Yo no era católico.

Cuando vinieron a buscar a los judíos / No dije nada / Yo no era judío. Luego, ellos vinieron a buscarme. / Y no quedaba nadie para protestar» .

*Catedrático de Sociología