Mi compañera Maria Jesús tiene factores de riesgo elevado. Es maestra, responsable, trabajadora, honesta, amante de sus alumnos y muy cumplidora. Llevaba días avisándome por wasap, y como ella otros, de que esta maldita pandemia se había instalado en nuestras vidas abduciendo lo conocido, llevándose por delante la privacidad más básica y obligándonos a trabajar en la cuerda floja y sin red con tecnologías tan poco sólidas y fiables como novedosas.

El 4 de junio, después de una reunión, su corazón, bueno y generoso, dijo que se plantaba y la crisis sobrevino. Afortunadamente la sanidad pudo más y de nuevo se obró el milagro. Qué pena que últimamente nos estemos haciendo a vivir en Lourdes. Al día siguiente el cardiólogo del Miguel Servet que la visitó le comentaba con cariño «¿Qué hacéis los maestros que hoy tengo 5 en la UCI?»

En marzo ninguna autoridad educativa nos pidió que arrimáramos el hombro. A pesar de eso la respuesta ha sido abrumadoramente positiva a favor de niños y niñas, de chicos y chicas que se lo merecían.

El jueves 12 de marzo, nadie en su sano juicio hubiera dicho que cinco días después el maestro iba a tenerse que instalar un set de televisión en el salón de casa. El prodigio comenzaba a gestarse sin que fuera una charla de Zoom con los amigos para darnos ánimos y comentar lo que se nos venía encima.

Lo dejo claro de partida: ni de lejos teníamos suficientes recursos personales para lanzarnos a semejante aventura. No solo es ver y que te reciban con fluidez, Se trata de comprobar el estado de ánimo, insuflarles una tranquilidad que igual tú mismo no tenías cuando perdíamos 800 personas al día. A pesar de ello, y con la sonrisa puesta, procurábamos que les entrara un gráfico, un problema o un vocabulario en lengua extranjera y todo como si no pasara nada, como si existiera una fe infinita en que lo íbamos a conseguir. Además se siguieron realizando tutorías telefónicas con padres, reuniones con compañeros, correcciones de tareas y un larguísimo etcétera. Con tristeza he de decir que en esta nueva normalidad ya he tenido que escuchar que «a ver qué pasa cuando tengáis que trabajar». No entraré allí, no merece la pena.

Las clases acabaron sin muestras de alegría, sin la posibilidad de desear a los chicos que disfruten del verano y vuelvan cargados de energía y ganas. La pandemia nos lleva a hablar mucho sin saber nada del futuro. Yo me limito a hacerlo sobre educación, que es lo que conozco y amo desde hace 36 años.

El parloteo innecesario genera una dosis seria de inseguridad que no toca, un malestar continuo pensando que no vamos a saber llegar a septiembre con los deberes hechos y un estrés adicional que se puede llevar por delante al más pintado… como desgraciadamente ya ha sucedido.

Sería un iluso si creyera que las declaraciones que hemos oído y leído parten de la buena fe. Al frente de un ministerio tan sensible del que dependemos directamente 9 millones de personas (entre alumnado, profesorado y personal de administración y servicios) no solo vale poner a una persona que ofrezca titulares sino a alguien que sepa rodearse de técnicos que también aconsejen silencio si no se sabe por dónde salir o si no hay dinero para poner en marcha las medidas. Suponiendo que hubiera espacios para desdoblar resulta evidente que haría falta docentes para ponerlos al frente por lo que hay que contratar. De otro lado, imposible el tobogán mediático de dar por bueno 2 metros de separación con hasta 15 alumnos por aula y régimen semipresencial si a los pocos días rectificas y pasas a 1,5 metros con al menos 20 niños repartidos en todos los espacios posibles, Célebre la frase «hay que ser imaginativos». La siguiente fue admitir que no hay dinero y que solo por eso subimos a 25 chavales y un metro entre ellos. Quizá sea el penúltimo escalón de esta subasta a la baja que podría acabar en todos igual que antes y sin separación. Ya se empieza a decir que es el modelo belga.

En estos días estamos viendo casos de rebrotes preocupantes. La OMS advierte que en otoño podrían seguir activos. Frente a esto no será suficiente el hidrogel a la entrada y los grupos estables que nadie sabe bien cómo organizar. El Ministerio de Educación ha publicado recientemente el documento Medidas de prevención, higiene y promoción de la salud frente a Covid-19 para centros educativos en el curso 2020-21. Cita datos sanitarios muy reveladores. De las pruebas realizadas en España, le estadística arroja un contagio del 3% para población de 5 a 9 años, un 3,9% para los de 10 a 14 y del 3,8% para el grupo de 15 a 19. Pues bien, esto significa que en cada centro de doble vía de Infantil y Primaria hay que esperar más de 13 contagios y que en ESO estaríamos en otros 7.

El papel lo aguanta todo. Es sencillo hablar de entradas progresivas al centro, salidas paulatinas al patio (nunca todos), lavado exhaustivo de manos a razón de 40 segundos de agua y jabón por niño y un largo etcétera. Son ejemplos de la Administración central que no tienen en cuenta las instalaciones existentes (número de lavabos) ni calculan que esta medida, higiénicamente útil, supone una buena porción de tiempo diaria que se irá por el desagüe. Prefiero no recordar las «aulas al aire libre porque somos un país con buena climatología» o que «los pupitres se puedan instalar en los gimnasios y comedores». Suponen una evidente falta de realismo y coordinación pero sobre todo de sensibilidad hacia quienes van dirigidas. Así no vamos bien. El principio básico para resolver un problema pasa por no generar otro más serio con las decisiones tomadas y de momento estamos en el límite. ¡Cómo se echa de menos a Ángel Gabilondo!

Actuemos con sensatez y con prudencia. A las consejerías hay que pedirles que trabajen para todos por igual con lógica, previniendo problemas y salvando vidas en resumen. Pero no todo se puede hacer con el boletín en la mano. El bienestar común pasa por nosotros, por ser cuidadosos, por adaptar nuestro ritmo a otros parámetros, por no generar infartos a los docentes por el excesivo trabajo y responsabilidad, por no tener que llegar a colapsar las urgencias de los hospitales, por no acaparar las existencias de las estanterías de los supermercados. Me gustaba explicar a mis alumnos que mi vida será más feliz si soy capaz de hacer algo para que a los demás les vaya bien porque siempre es una satisfacción rodearse de gente contenta. Ánimo, vamos a conseguirlo. Resulta que va a ser verdad eso de que somos una aldea común.

*Secretario General de FSIE en Huesca