Mientras el pasado viernes 3 de julio los sindicatos y empresarios firmaban con el Gobierno un pacto con actuaciones para reactivar la economía y respaldar las negociaciones con la UE, los diputados del Congreso votaban las conclusiones de la Comisión de Reconstrucción, respaldados tan solo por los partidos del Gobierno y en algunos temas por Ciudadanos.

El contraste es evidente: mientras los que sienten el aliento de la crisis en el cogote, patronales , sindicatos y Gobierno, hacen esfuerzos para superar las diferencias, tras cuatro acuerdos en apenas seis meses, la política partidista sigue con el enfrentamiento que se marcó desde la formación del Gobierno de coalición.

Solo los agentes sociales han entendido la excepcionalidad de la recesión que viene. Han sido capaces de superar los desacuerdos y constituirse en rompeolas de la crisis. Lo firmado por ellos hasta ahora supera con creces a los acuerdos de los partidos. Seguramente en este momento son la única esperanza de afrontar con éxito una recuperación económica que debería ser rápida y equilibradora entre las rentas del trabajo y el capital.

No es una novedad : entre los años 1977 y 1986 se produjeron seis acuerdos o pactos sociales a nivel estatal. Con ellos se superó la reconversión industrial, las crisis energéticas, la entrada en el mercado común europeo y la legislación laboral procedente del franquismo. Hubo desacuerdos, conflictos y rupturas importantes, pero solo con el Gobierno de Rajoy desapareció el diálogo social. Tan importante son los contenidos de los acuerdos como la imagen de concertación que trasladan a los países, la UE y los inversores. Salvo escasas excepciones, han sido además garantía de seguridad jurídica ante los cambios de gobierno o de mayorías parlamentarias.

Fuera, la política espectáculo achicharra menos. El PP se puede permitir seguir negándose a subir impuestos por principios (aunque Montoro los subió hasta por tocar el acordeón) , a la vez que exige más apoyos a las empresas, a los autónomos y a todos los sectores afectados. Los nacionalistas catalanes de derechas siguen con su mantra contra la recentralización; el PNV se aferra a la defensa de la enseñanza concertada para marcar diferencias; ERC sigue demostrando que baila más a gusto la yenka que la sardana y, mientras, seguimos sin saber que piensan hacer con la sanidad, la enseñanza, la dependencia, la fiscalidad, los fondos europeos y la política social. Todos tienen manual, principios, ideología a la que agarrarse para satisfacer sus tribus, pero ninguno tiene la altura de miras para pensar por encima de sus intereses partidistas.

Estamos afrontando una pandemia, salimos de un confinamiento de tres meses agarrados a una mascarilla y aterrados ante los rebrotes. Tenemos sectores económicos hundidos, empleos en el aire, informes del Banco de España donde presagian mayor castigo de la crisis entre los jóvenes y mujeres, previsiones de paro hasta del 24%, caídas del PIB hasta el 13%, y el aire no se ha regenerado. No hay nada que nos induzca a pensar que vamos a transitar hacia un mundo diferente. Los aplausos a nuestros héroes de la sanidad y los servicios, la socialización de la soledad, los miles de personas ayudando, los que fallecieron por estar en primera línea, no nos han cambiado, seguimos siendo los de siempre, solo que en condiciones distintas.

Afrontar los próximos meses de crisis entre rebrotes, cierres de empresas, despidos, ERES, pobreza y marginalidad, va a ser complicado. Si la política no da soluciones y solo espectáculo, la ciudadanía buscará otras opciones, y entre ellas los populismos estarán bien posicionados.

De ahí mi reiteración en que los acuerdos del diálogo social son la solución más viable actualmente. Apoyarlos y acompañarlos son hoy más que nunca la obligación de cualquier demócrata.

De todas formas. ¡Qué antiguo puede llegar a ser el futuro! H