Las elecciones autonómicas gallegas y vascas se han resuelto con el triunfo de sus burguesías moderadas, la del PP y la del PNV. La derecha gallega se ha centrado un tanto con su líder Núñez Feijóo, de más liberales hechuras que el rígido aznarista Casado, su teórico jefe (jerarquía que bien pronto podría invertirse, pasando éste último a depender del primero). Por otro lado, el también rotundo burgués Urkullu ha culminado la tendencia pragmática del Partido Nacionalista Vasco a intercambiar soberanistas por euros, fingiendo acomodarse a una España autonómica que premia con partidas extraordinarias su permanencia en la misma.

Así, los votantes, que nunca se equivocan, han apostado una vez más por la estabilidad en sus comunidades de sus clásicas formaciones de gobierno, aquellas que, largamente ensayadas, repetidas hasta la saciedad como salmodias o suras, han pasado a formar parte del consciente político colectivo, en una progresiva penetración vertical, del poder a la masa, y horizontal, beneficiando a la sociedad en su conjunto.

Partidos, el PP gallego y el PNV vasco, que se apoyan en sus estructuras internas para proyectarse externamente en inversiones perceptibles por la ciudadanía, en las omnipresentes administraciones autonómicas, en la indisimulada agencia de colocación en que han terminado convirtiéndose o en la escandalosa propaganda de las televisiones a su servicio. Y confiando en líderes que ya tienen muy poco de revolucionarios, rebeldes, progresistas o innovadores, ajustándose Urkullu y Feijóo a un formato clásico, institucional, tan aburrido y plano como funcional a la hora de establecer diferencias o matices. Política de hechos, de euros, más que de ideas. El PNV incluso ha abandonado la utopía independentista a las redes de Bildu. El PP gallego sólo cree en la estabilidad que dice haber originado, fomentado, mantenido.

Frente a estas fuerzas de la burguesía rampante la izquierda ha abundado en sus divisiones. El PSOE se mantiene al pairo de un viento que no acaba de soplar favorablemente a sus intereses, y Unidas Podemos acaba de recibir un cañonazo de realidad en la línea de flotación de sus sueños.

No hubo sorpresas. Ni a los gallegos ni a los vascos les gustan demasiado.