Ni en una sola ocasión, Junts per Catalunya apoyó la prórroga del estado de alarma en el Congreso de los Diputados. De las dos primeras abstenciones a los siguientes cuatro votos negativos del grupo parlamentario con un discurso cada vez más duro contra la propuesta del Gobierno nacional, con acusaciones de autoritarismo y recentralización. Y en menos de un mes, el presidente Quim Torra intenta imponer un estado de alarma encubierto sin control del poder legislativo y en contra del poder judicial.

Cuatro meses del Gobierno catalán en un tira y afloja continuo, pidiendo confinarse territorialmente desde el 13 de marzo, desmontando el hospital de campaña levantado por el ejercito en Sabadell, y solicitando adelantar a la fase tres cuando apenas llevaban una semana en la fase 2. Tanta prisa por recuperar la potestad competencial, tanta improvisación en los trabajos de rastreo, con la externalización del servicio a una empresa privada de servicios, y tantos lamentos cuando los brotes se han disparado.

La rueda de prensa de ayer del president de la Generalitat era una mezcla del conocido victimismo marca de la casa, y una llamada de auxilio al Gobierno de la nación. Es más fácil ante las quejas de empresarios, alcaldes o personal sanitario seguir manteniendo el papel de chivo expiatorio frente a un enemigo exterior, que asumir las responsabilidades. La cordura ante tanta imprevisión la han puesto los alcaldes del Baix Segrià, solicitando de manera unánime una mayor y rápida información desde la Consejería de Salud, mayor dotación de personal sanitario y de mediación social, y colaboración interadministrativa. Repiten el todos a una, que desde algunas administraciones no terminan de entender, deseosas de colgarse las medallas de las buenas noticias que ayudan a su hecho diferencial e incapaces de trabajar solidariamente.

El presidente Torra hacía un llamado a todos los partidos políticos catalanes, soberanistas o no, pidiendo que les respaldaran en ese esperpento de confinamiento, cuando él no ha dejado nunca espacio a ningún tipo de colaboración. Siempre en la confrontación constante con sus propios socios de gobierno, en una rivalidad extenuante e improductiva, midiendo cada decisión en términos de rédito electoral, sin más directriz que el de salvar su proyecto personal como lo hizo en su momento el expresidente Carles Puigdemont . Desde la interinidad del Gobierno catalán se gestiona peor esta crisis sanitaria y económica que no terminará en octubre con la vendimia, aunque muchos se empeñen. H