«Caminan lentamente sobre un lecho de confeti y serpentinas, una noche estrellada de septiembre, a lo largo de la desierta calle adornada con un techo de guirnaldas, papeles de colores y farolillos, rotos: última noche de Fiesta Mayor (el confeti del adiós, el vals de las velas) en un barrio popular y suburbano, las cuatro de la madrugada, todo ha terminado».

Con Juan Marsé –que comenzaba con esa escena una de sus obras más conocidas, Últimas tardes con Teresa – se va uno de los grandes narradores españoles de las últimas décadas. Consiguió crear personajes inolvidables e inventar un mundo reconocible que conjugaba el pulso narrativo con obsesiones y constantes: una mirada sarcástica, feroz y tierna a la vez, la idea de las aventis o una especie de mitologización de barrio que casi siempre se resquebraja en espejismo, tristeza o ridículo, temas recurrentes como la ausencia del padre, el retrato de la burguesía, y la humillación y dignidad de los marginados. Quizá una de sus mejores novelas sea Si te dicen que caí, que es la más experimental. Pero sus protagonistas a menudo parecen herederos de la narrativa del XIX (el Pijoaparte, convertido en un símbolo, es stendhaliano), como también lo parece cierto retrato de una sociedad y un lugar. A veces la forma de contar recordaba a artes populares como el folletín o al cine (como en El embrujo de Shanghái , con una parte costumbrista y una aventura soñada, o Un día volveré , a ratos casi una versión de Raíces profundas , que aparecía en «El fantasma del cine Roxy»). Su mundo es limitado, pero muchas veces de ahí viene su fuerza. Su relación con el cine español es famosamente difícil: a él le gustaba el cine y él al cine español, y luego las películas no le gustaban a él. Sus críticas al nacionalismo catalán le granjearon ataques y ninguneos, y desconcertaron a algunos de los que viven de una geografía literaria barcelonesa que en buena medida inventó él. A menudo lo han definido como «narrador de raza» y se burlaba de la «prosa sonajero», pero era capaz de resumir un carácter en una frase, una personalidad en un gesto. En Señoras y señores reveló que Fernando Savater es en realidad Long John Silver . Al ver a Lluís Llach aseveró: «Hay voces que tienen la cara que se merecen. Cara de seminarista, voz de confesionario». De Baltasar Porcel señaló su «mirada atravesada como su prosa. Tiene orejas, pero ningún oído literario». De J orge Vestrynge escribió: «Uno tiene la impresión de que si se aflojara un poco la corbata se le caerían los pantalones». En cambio, sobre Montserrat Caballé dijo: «En su palabra de cristal anida la primavera». H 
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