La extraña sensación de caducidad, de fugacidad, confundida con el presente continuo en que vivimos ha impulsado a las familias españolas a las carreteras, a las playas y restaurantes. España es la terraza de un chiringuito donde cada pincho de tortilla, ración de calamares o ronda de cañas puede ser la última y por eso se pide otra o se estira la consumición toda la tarde, hasta el nuevo parte de contagios, a ver si hay suerte y las autoridades no confinan ni confiscan nada más.

Se percibe por otro lado, afortunadamente, un renovado interés por la naturaleza, un amor que tiene algo de homenaje, como si el reciente encierro en las ciudades, entre las paredes de los pisos particulares, hubiese invitado a valorar mucho más el gratuito y fastuoso espectáculo de los cielos, del mar, del bosque, o la simple caricia del viento en la cara.

La idea de que podamos volver a vernos privados de esas sensaciones primigenias, caminar por un bosque, ver las estrellas, abrir los ojos a fondos marinos, escalar, pasear, ha activado la urgente necesidad de un saludable consumo de experiencias naturales y ciertamente disfrutamos más que nunca de nuestros paisajes y climas; de ahí que la pandemia esté provocando una ola de interés por el ecologismo y por la interacción de un nuevo ser humano, más sensible, menos globalizado, más individual e independiente y, al mismo tiempo, más solidario con la conservación de sus valiosos ecosistemas. De la ración de mejillones y la caña con limón servidas al aire libre en esas terrazas que tan simplificadamente han simbolizado el desconfinamiento, a una nueva política de conservación medioambiental media un paso muy corto, pero que no se había dado masivamente. Ahora tal vez se dé.

Vivamos el presente, de acuerdo, disfrutemos el momento, muy bien, pero no lo hagamos tan sólo por miedo a ver restringidos, prohibidos, esos placeres en aras de un próximo confinamiento, sino como una nueva y mucho más rica manera de entender nuestra acción con la naturaleza, dispuestos a evitar futuros males y pandemias a nuestro enfermo mundo.