Mucho tiene que ver la errática gestión hecha por Donald Trump de la pandemia con el triste récord mundial de contagiados -casi cuatro millones- y muertos -por encima de los 140.000- que ostenta Estados Unidos. Al mismo tiempo que los científicos y la comunidad académica insisten en la necesidad de adoptar medidas estrictas para romper la cadena de contagios, la Casa Blanca sigue en sus trece, menosprecia las indicaciones de su asesor en la materia, Anthony Fauci, y alienta la rebelión contra las políticas preventivas promovidas por muchos gobernadores, alarmados por la expansión del mal. Mientras el entorno del presidente antepone la reactivación económica a cualquier otra consideración, las muertes en un estado como Florida superan cada día a las de la UE a pesar de que su población es la vigésima parte de la que suman La opinión del diario se expresa solo en los editoriales. Los artículos exponen posturas personales. los Veintisiete. Unas cifras que son escalofriantes y que además no remiten. Con el agravante de que el sistema sanitario público de este país apenas presta cobertura y las capas de la sociedad con más dificultades son las que están sufriendo de forma más preocupante la virulencia del covid19. En muchos de estos casos, además, los más afectados son miembros de la abundante comunidad negra e hispana del país.

Ni la crisis social galopante -paro y pérdida del seguro médico de millones de personas al quedarse sin trabajo- ni las previsiones francamente catastróficas para el segundo semestre desvían a Trump en su empeño de quitar importancia al parte diario de bajas y retener el grueso de los electores que en el 2016 lo auparon a la presidencia. Un objetivo que, de momento, está lejos de alcanzar: el último promedio de todas las encuestas otorga al candidato demócrata, Joe Biden , una ventaja de nueve puntos sobre Trump a menos de cuatro meses de la elección presidencial y en el universo republicano moderado afloran varias plataformas de apoyo al rival.

La evolución de la pandemia no es, desde luego, el único factor que erosiona la figura de Trump, pero sí el que ha acelerado el desplome de sus perspectivas electorales. Media un mundo de ahí a concluir que la crisis del covid-19 llevará al presidente a la derrota el 3 de noviembre, porque el hartazgo de una parte de la opinión pública se contrarresta con la capacidad de movilización demostrada por Trump y con la incógnita acerca de cuál será el porcentaje de los partidarios de Biden que se inscribirán para poder votar. En un país menos dividido cabría sospechar que la suerte está echada, pero en uno donde usar o no mascarilla es casi un gesto de militancia política, es de esperar que haya partido hasta el último día. De hecho, si hace cuatro años parecía difícil que una persona como Trump pudiera gobernar el país más influyente del mundo y lo consiguió, cualquier cosa puede ocurrir.

Es preocupante que algunos de los países más poblados del mundo, y que además son grandes potencias, como Estados Unidos o Brasil, estén gobernados por dirigentes completamente extravagantes, cuya irresponsabilidad, excentricidad y falta de sentido común ha puesto además en peligro a toda su sociedad, como ha ocurrido en estos dos grandes países americanos durante la pandemia. Porque si lo de Trump es francamente preocupante, lo es también lo de su homólogo carioca, Jair Bolsonaro . Un presidente racista y de ultraderecha que también ha minimizado, con graves consecuencias, el impacto del virus.