En La reina de las nieves, el diablo había fabricado un espejo que aumentaba todo lo feo. «Cualquier buen pensamiento», escribe Andersen, «quedaba reflejado en el espejo como una mueca». Un día se le escurrió de las manos y se estrelló contra la tierra convirtiéndose en millones de fragmentos, algunos de los cuales no eran más grandes que una mota de polvo. Pero cuando estas motas de polvo entraban en los ojos de la gente, solo veían lo malo de las cosas porque cada una de aquellas partículas conservaba el poder que había tenido el espejo cuando estaba entero.

Esa dispersión de lo malo en fragmentos microscópicos evoca la capacidad de irradiación del virus. La pandemia, que como su nombre indica afecta todo el mundo, evoca el estallido violento de algo cuyas partes vienen propagándose a través del aire sin dejar libre ninguna zona del planeta. Todos y cada uno, al mirarnos ahora en el espejo neoliberal y global en cuya imagen vivíamos instalados, nos vemos rotos. Los circuitos del dinero no funcionan. Salía el otro día en la tele una florista que había hecho una inversión importante para un San Jordi inexistente. Se veían las rosas en la trastienda de su establecimiento todavía frescas, pero en proceso ya de acabamiento. Apocalipsis floral.

La operación que los políticos europeos acaban de cerrar en Bruselas ha consistido en un trabajo de fontanería. Se trata de que al abrir el grifo vuelvan a discurrir los euros como antes. Pero el virus, como los fragmentos del espejo del diablo, ha puesto al desnudo las debilidades y perversiones de las economías financieras. No hay fontanero que recomponga la confianza perdida como no hay artesano capaz de juntar las esquirlas minúsculas de un espejo roto. Hay en los bancos de los parques gente que se asoma al futuro con horror porque llevamos el horror del capitalismo sin fronteras dentro, en la pupila de los ojos. El cuento de Andersen, publicado en 1844 tiene en 2020 una lectura aciaga. Observadas con atención las fronteras naturales violadas por el ser humano en los últimos tiempos, no resulta difícil identificar al diablo al que en esta ocasión se le ha caído el espejo de las manos. Buena suerte.