Hay millonarios ejemplares y hay millonarios mafiosos. Que un grupo de 83 de las personas más ricas del mundo pidan a los gobiernos pagar más impuestos por el covid es una de esas noticias sorprendentes. «Nosotros no somos los que cuidamos a los enfermos en las ucis. No estamos conduciendo ambulancias. No estamos reabasteciendo los estantes de los supermercados, ni entregando alimentos puerta a puerta. Pero tenemos dinero, mucho dinero que se necesita desesperadamente ahora para superar el ataque de la pandemia», explican en una carta compartida con The Guardian. Y alto y claro han pedido a sus gobiernos que aumenten sus impuestos «inmediatamente. Sustancialmente. Permanentemente».

Da gusto oírles decir que los líderes gubernamentales deben asumir la responsabilidad de recaudar los fondos necesarios y gastarlos de manera justa. Argumentan que «tenemos una enorme deuda con las personas que trabajan en primera línea de esta batalla global. Y que la mayoría de los trabajadores esenciales están muy mal pagados para la carga que llevan».

¡Oído cocina! a ver si los líderes políticos al menos se aplican el cuento, y son conscientes de que hay que salvar al mundo. Y el dinero, los presupuestos sanitarios, la investigación para la vacuna, son prioritarios para curarnos y recuperarnos de la ruina. ¿Por qué no se aplica ya la subida de impuestos a las grandes fortunas en España? Me da igual que digan que se saca poco con esa medida. Parece más fácil mantener el ritmo impositivo a las clases medias y trabajadoras que son muchos más que al reducido mundo de los ricos. Un argumento miserable donde los haya.

Y, ¡ojo al dato!, esta élite adinerada lanzó la carta antes de la reunión de ministros de finanzas y gobernadores de bancos centrales del G-20 hace semanas. El problema que tenemos no se resuelve con caridad y donaciones. Hay que afrontarlo con impuestos progresivos. Por eso contrasta tanto la actitud de estos supermillonarios del mundo con el proceder descuidado y acumulativo de Juan Carlos I, al que se le puede considerar millonario en grado sumo y continuado a lo largo de los años. Un jefe del Estado al que le importa un rábano la transparencia de sus actos, la imagen de España, y que al parecer se creía por encima del común de los mortales (no sabemos si por designación divina o del propio Franco que es quien le colocó en el puesto). El flujo de informaciones sobre supuestos trapos sucios del exjefe del Estado resulta bochornoso, aunque salgan de las cloacas del poder: mediático, político, policial y aristocrático. Un escándalo tremendo en el que no faltaría ningún ingrediente de novela o de película: Corinna y sus grabaciones, Villarejo, el piso en Londres regalo del sultán Omán, la máquina de contar billetes, las acusaciones sobre comisiones en la construcción del AVE a la Meca, las maletas llenas sobrevolando los cielos, los millones en Suiza y los 40 años de silencio cómplice de la prensa. Acorralado y emérito todavía.

¡Hasta septiembre, amigos!