La diferencia entre un escrache de izquierdas y uno de derechas es cero. Los dos son la simulación de un linchamiento y la muestra de una idea totalitaria de la justicia.

Una sociedad en la que uno quiere vivir es una sociedad donde alguien, al margen de sus opiniones políticas, puede tener una vida normal, pasear, ir a un restaurante o al cine, y donde se respeten las fronteras entre lo privado y lo público, lo personal y lo político. También es una sociedad donde alguien pueda exponer sus ideas, aunque no sean las nuestras y aunque sean minoritarias en el lugar donde las expone.

Estos días hemos visto un escrache a la ministra de Trabajo. La diputada de Vox Macarena Olona lo atribuyó a la «desesperación». Su partido aplaudió la expulsión de Juan Carlos Monedero de un local: la justificaba por motivos políticos. Echenique -que, cuando le dieron una pedrada a una diputada de Vox, dijo que la sangre era «ketchup»- diferenció entre escraches buenos y malos. La distinción, por si no lo habías adivinado, es quién los hace. Vox y Podemos están en contra de los escraches, salvo los que cometen ellos. Todo el mundo encuentra buenas razones para comportarse como un miserable y algunos lo hacen con más facilidad que los demás.

Durante un tiempo los escraches estuvieron bien vistos en España. Que una turba asaltara a una persona delante de su casa, que intimidara a un gestor o a un político se consideraba una muestra de «justicia popular», «jarabe democrático», era admisible porque la gente sufría o incluso tenía cierto encanto folclórico. Es un planteamiento contrario a la democracia liberal, sus procedimientos y garantías, y a toda idea de convivencia. Alienta un comportamiento de chusma y deshumaniza a una persona, que se acaba convirtiendo solo en el objeto de una enemistad, el recipiente del odio.

Una esperanza sería que, puesto que políticos de izquierda también sufren escraches, algunos sectores que promovían o disculpaban esas acciones cambien de opinión. Desde un ángulo optimista, la trayectoria de Podemos es sobre todo una educación que nos está saliendo muy cara. Pero seguramente muchos seguirán defendiendo estos comportamientos repugnantes, mientras la extrema derecha promociona otros contra sus rivales.

Denunciar el doble rasero, en particular de quienes pusieron de moda esta práctica, puede resultar tentador, pero en el fondo es decorativo. Lo principal es que no se deben permitir ni disculpar los escraches, por próximas o lejanas que resulten las ideas o las personas que los sufren o los cometen. Todos son iguales y todos son horribles. H