La sorprendente sugerencia de Donald Trump de retrasar la elección presidencial del 3 de noviembre carece de base jurídica y de fundamentación ética. El aplazamiento de la cita con las urnas para elegir al jefe del Estado es una atribución de las dos cámaras del Congreso, que deben aprobarlo por mayoría, algo impensable porque los demócratas controlan la Cámara de Representantes. Por si esto fuera poco, existe la posibilidad legalmente establecida de emitir el voto por correo si, llegado noviembre, la situación de la pandemia aconseja recurrir a él, sin que quepa albergar la menor duda sobre la limpieza del escrutinio y la tutela judicial del proceso. La insistencia de Trump en considerar que un uso masivo del voto por correo derivará en «la más incorrecta y fraudulenta elección de la historia» no se sostiene: ningún estudio acreditado proyecta la menor sombra de duda sobre la solvencia y las garantías democráticas de tal modalidad de voto. No es cierto que la convocatoria de noviembre entrañe riesgos a causa de la eventual disminución del voto presencial. Sí lo es, en cambio, que el presidente ve más posible que nunca la derrota a causa de la desastrosa gestión de la pandemia, el desplome del PIB durante el segundo trimestre, el crecimiento galopante del número de parados y la movilización de la calle trasla muerte de George Floyd. A menos de cien días de la gran cita, la Casa Blanca plantea la congelación del calendario electoral con la esperanza de que amaine la tormenta y la reelección sea factible, porque hoy por hoy, salvo un error colectivo de todos los sondeos, el candidato demócrata, Joe Biden, aventaja a Trump en más de ocho puntos en intención de voto. Y con ser esto importante no lo es menos el hecho de que ni siquiera en situaciones de conmoción extrema se sintió el Congreso inducido a aprobar un aplazamiento. Por el contrario, el mantenimiento del calendario electoral en la tradición política estadounidense se ve como una forma de legitimar sin excepciones la naturaleza democrática de las instituciones, algo que, se diría, importa poco a Trump.