Los hay que con esto de tener que llevar la mascarilla inventan las mil formas de hacerlo mal: desde el inconsciente que la lleva en el codo, cual codera pija, hasta el que la lleva de pulsera, como funda de gafas, y hasta de sujetador de la caída papada. Eso sin contar los que prescinden de ella porque les afea su bello y maquillado rostro.

Aunque es cierto que la estupidez humana no tiene límites, desde nuestro embozo recalentado y sudoroso nos fijamos en ellos, y hasta les recriminamos su actitud con la mirada hostil y penetrante del embozo paciente y cabreado. No nos olvidamos de aquellos que presionaban al Gobierno en las calles, desde algunos medios de comunicación, las empresas y el Parlamento, para levantar el confinamiento o para reducirlo y adaptarlo a su territorio. «Porque en los pueblos apenas hay contagios», decían algunos en nuestra propia comunidad autónoma semanas antes de que cuatro comarcas volvieran a fase dos tras declararse decenas de brotes en ellas.

Me temo que algunas de nuestras autoridades regionales pelean más por sacudirse la responsabilidad de la gestión transferida del covid-19 que por perseguir la solidez del sistema sanitario, contratando personal, rastreadores y material adecuado.

PRETENDER tener un ritmo propio para hacerse valer, creyéndose diferentes, en lugar de aprender de los errores de esta crisis es absurdo y esperpéntico. El primer ejemplo lo tenemos en Cataluña, donde la pandemia ha acabado de lastrar al independentismo con un Govern desgastado, que ha querido presentarse como el primero de la clase en la gestión de esta crisis y ha acabado atrapado como todos. Por mucho que Torra se ate al mástil del barco para atravesar la tormenta, no puede ocultar su pésima gestión responsabilizando a Madrid de utilizar la crisis como una aplicación del Art.155 de la Constitución encubierto, o avalando aquellas declaraciones de la portavoz de su gobierno, Meritxell Budó , diciendo que «en una Cataluña independiente no habría tantos muertos».

Claro que la reacción de nuestro presidente a los datos que presenta Aragón como la región de toda Europa con mayor número de contagios por coronavirus en relación con el número de habitantes, no ha sido muy humilde y autocrítica que digamos. Todos tienen culpas: los trabajadores y propietarios de las residencias de mayores por su negligencia, los jóvenes por su irresponsabilidad, los temporeros por su hacinamiento y falta de prevención y los focos rurales por la movilidad ciudadana a sus pueblos de origen. ¿Acaso no se sabía que desde abril hasta octubre casi 35.000 trabajadores en la recolección agrícola se mueven en nuestra región en condiciones laborales, sanitarias y habitacionales pésimas? Que eran un foco latente lo sabe la DGA, los ayuntamientos, los empresarios agrícolas, los sindicatos y los medios de comunicación.

Si alguien representa en sí misma la antítesis de lo que debería haber sido el trabajo para vencer esta crisis, sin duda es la presidenta de la Comunidad de Madrid. Durante el confinamiento utilizó al Gobierno central de diana en el tiro al blanco con que le sometió permanentemente. Le culpó de todo; de no dejarle comprar material sanitario en las primeras semanas, de imponerle la UME en la atención de algunas residencias dejadas a su suerte, de aumentarle cifras de fallecidos, de impedirle avanzar en las fases de confinamiento... La Moncloa era «el eje del mal». Ahora, desnuda de estos argumentos, echa balones fuera con la gestión de los nuevos focos. No cumple los requisitos de los contratos a rastreadores (pretende que sean jóvenes universitarios voluntarios), manda a 7.000 trabajadores de la sanidad a la calle y ha conseguido que todo el mundo desconfíe de su gestión y de su información. Eso sí, todo lo resolverá construyendo un nuevo hospital.

ADEMÁS DEL «contra Madrid se vive mejor», hay algunas otras cosas que les unen: la falta de autocrítica y la soberbia a la hora de encarar estos problemas, confundir el liderazgo con la autoridad del cargo y caer muchas veces en el populismo provinciano, no dejándose guiar por técnicos competentes y con los recursos adecuados. En apenas quince días comienza el nuevo curso escolar. Las dudas se han disparado, no se conocen las medidas previstas, ni si habrá más profesores contratados, si habrá o no control sanitario en los centros, el número de alumnos por aula, la diferencia de trato por edades, la prevención en salud para el personal... etc. Frente a esto, sí sabemos que en Italia se están contratando 44.000 nuevos profesores y comprado 2,5 millones de nuevos pupitres y material escolar para desdoblar aulas y eliminarlos ante cualquier contagio.

Como decía mi difunto padre, muchas veces lo más fácil es seguir el camino que marca el sonido de los cencerros. H