De joven hay que leer mucho; en la madurez, lo bastante; de viejo, poco, ya que aprovecha mucho más rumiar las lecturas pasadas, reflexionarlas, analizarlas y contrapesarlas. Hoy reflejare una de ellas.

En una entrevista Sarkozy afirmó: «En el fondo, he hecho mío el análisis de Gramsci : el poder se gana por las ideas». Consciente de ello, la derecha ha sabido jugar sus cartas en esta batalla, y desde décadas tiene estratégicamente la hegemonía ideológica y tácticamente la política. Mas, no fue siempre así.

En Algo va mal Tony Judt explica cómo hemos llegado a esa imposición del neoliberalismo a partir de los 70. No hay que olvidar que tras la Segunda Guerra Mundial la derecha ideológica era minoritaria. La antigua derecha se había desacreditado en dos ocasiones. En el mundo anglosajón los conservadores fueron incapaces de prever, entender y corregir los traumáticos daños de la Gran Depresión de los años 30. En la Europa continental las élites conservadoras pagaron el precio de su connivencia con las potencias ocupantes. Tras la derrota del Eje desaparecieron del poder y de los cargos políticos. Nadie prestaba atención a los defensores del mercado libre o del Estado mínimo. De hecho, en los años posteriores a 1945 el centro de la discusión política no era entre la derecha y la izquierda, sino dentro de la izquierda: entre los comunistas y el consenso liberal-socialdemócrata mayoritario.

El consenso keynesiano con el intervencionismo estatal, cuya manifestación más visible fue el Estado de bienestar, era incuestionable. Hasta la mitad de los 70 no apareció una nueva generación de conservadores dispuesta a cuestionar el estatismo y a ofrecer muevas recetas radicales para salir de esos gobiernos asfixiantes de la iniciativa privada. Thatcher , Reagan fueron los primeros que, a la derecha del centro, se atrevieron a romper el consenso de la posguerra. Antes nadie se atrevió a cuestionarlo, ya que en tanto que beneficiaba al conjunto de la sociedad se consideraba irreversible. No obstante, el triunfo del neoliberalismo no hubiera sido posible sin una revolución intelectual.

Es opinión generalizada que el nuevo pensamiento neoliberal es de economistas angloestadounidenses, en su mayoría relacionados con la Universidad de Chicago. Pero los Chicago boys Ludwig von Mises , Friedrich Hayek , Joseph Schumpeter , Karl Popper y Peter Drucker . Tres de estos de Viena, otro (Von Mises) del Lemberg austríaco, y el quinto (Schumpeter) de Moravia, a unos kilómetros de Viena. Los cinco quedaron muy impresionados por el triunfo del fascismo en Austria, en 1934 un golpe reaccionario con Dollfuss , y, cuatro años después la ocupación nazi. Tuvieron que exiliarse y sus escritos giraron en torno a una pregunta: ¿por qué se había derrumbado la Austria liberal e impuesto el fascismo?

Su respuesta: los fallidos intentos de la izquierda marxista tras el 1918 de introducir en Austria la planificación estatal, los servicios municipales y la colectivización económica no solo fracasaron, sino que condujeron al fascismo. Por ello, para Hayek y los citados, la tragedia de Europa, el fascismo, la habían provocado las deficiencias de la izquierda: por su incapacidad para alcanzar sus objetivos y por no haber sabido hacer frente al fascismo. Por caminos distintos, todos ellos llegaron a la misma conclusión: la mejor manera, en realidad, la única de defender el liberalismo y una sociedad abierta era mantener al Estado alejado de la actividad económica. Si se impedía a los políticos planificar, manipular o dirigir los asuntos de los ciudadanos, se podría expulsar a los extremistas de derecha e izquierda.

Keynes se planteaba los mismos dilemas que Hayek. Mas, su solución fue muy distinta. La mejor defensa contra el extremismo político y la crisis económica era incrementar el protagonismo del Estado, lo que significaba, entre otras acciones, políticas económicas contracíclicas. Hayek, viviendo en Inglaterra, en 1944 en su libro Camino de servidumbre defendía todo lo contrario. Es más, vaticinaba que si los laboristas llegaban al poder con su programa de implantación del Estado de bienestar se acabaría en el fascismo. Sabemos que en 1945 con Clement Attlee llegaron al poder, y no llegó el fascismo, sino que sirvió para estabilizar el país tras la guerra.

Al malinterpretar las lecciones del nazismo, los economistas austriacos fueron marginados a nivel ideológico en la prosperidad occidental de la posguerra. Solo cuando los estados de bienestar, cuyo fracaso no se habían cansado de vaticinar, empezaron a tener dificultades, volvieron a recobrar audiencia sus discursos, hoy hegemónicos: los altos impuestos obstaculizan el crecimiento, el intervencionismo estatal asfixia la iniciativa empresarial, cuanto menos Estado mejor, etc.

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