Siempre he pensado que la grandeza de una persona no consiste en que tenga una posición destacada, sino en la forma que trata a las personas.

Hoy quiero hablar de personas, concretamente, de hechos de personas que hacen que se les pueda decir que son gente noble, buena, algo que hoy en día escasea.

Hace poco, compré una casa en el pueblo de mis abuelos y mi padre, Tauste, perteneciente a las Cinco Villas.

Con toda la despoblación que tenemos, soy de esos románticos que piensan que hay que ayudar y promocionar a la España despoblada, y que los pueblos sean referentes para que las grandes empresas y multinacionales monten sus empresas allí para dar riqueza a esa gente, que como vuelvo a decir, es noble de corazón.

Viernes tarde, se estropea el frigorífico y el de la tienda, Ángel , no le quedan, pero le falta tiempo para dejarme y traerme a la diez de la noche uno mientras me encarga el otro.

Bajo a desayunar al bar de debajo de mi casa, El Brasil, y le digo a Paco : «Me voy a meter dentro que hace rasca», a lo que me contesta: No por favor, siéntate en esta mesa, la que estaba él, que aquí estarás resguardado del cierzo. Voy a comer al restaurante y me encuentro a Enrique , agricultor que le daba trabajo a mi abuelo, y le falta tiempo para invitarme a su finca para que corran mis hijos y enseñarles a llevar el cortacésped como si de un tractor se tratara.

Esto en una ciudad es impensable. El valor de humano de estos actos que describo no tiene precio, ya que no se enseñan en facultades, sino que salen del corazón.

Tenemos que fomentar los pueblos, el volver a nuestros orígenes, a nuestras tierras, a nuestros pueblos, donde la gente, no necesita casas de apuestas, ni grandes centros comerciales para ser feliz.

Aprendamos de ellos, tienen mucho que ofrecer, para realmente darnos cuenta donde está la felicidad. H