El bien común no es el bien que se reparte como el pan de los pobres y entre los pobres o el pienso en una granja. Sino el que se comparte. No el que se hace migas o migajas para repartir,sino la compañía y la convivencia que celebran juntos los amigos. Que ese es el banquete, la gracia y la fiesta de la vida: la excelencia que nos reúne, el corazón de la concordia y el sentido de la comunidad. Sin bien común no hay pueblo propiamente dicho, acaso población pero no pueblo. Estar juntos no es convivir; y sin convivencia, sin pueblo que conviva tampoco hay pueblo que gobierne. No hay democracia, solo hay electores y clientela. Y política de mercado en el mercado político. Las elecciones no son una fiesta, son una feria y lo que importa entonces es ganar a ser posible por mayoría aplastante. Cada partido va a lo suyo, y cada elector lo mismo: nadie piensa en los otros; en todos nosotros y no digamos en la humanidad entera y en el bien común. Una cosa es respetar a la mayoría - ¡qué remedio!- y otra creer que representa y gobierna para todos y todas sin excepción. La democracia como mal menor es el gobierno de la mayoría. Y como bien mayor: el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. O por sus representantes elegidos por todos para servir a todos.

Eso es lo que pienso, y por eso insisto. Cuenten conmigo los demócratas. Yo cuento con ellos. Y los otros, es decir: ellos y ellas - que solo comen como en la granja- que sigan gruñendo juntos y engordando....para el granjero.