La muerte de Joaquín Carbonell ha conmocionado a la sociedad aragonesa. El cantante de Alloza, ciudadano del mundo y turolense en todas partes, forma parte de una generación irrepetible que con su voz y activismo cultural ayudó a forjar el Aragón que hoy conocemos. Cuando en unos días se va a cumplir una década de la muerte de la figura más representativa de esa generación, la de José Antonio Labordeta , la desaparición de Carbonell deja un profundo vacío en la cultura aragonesa y en muchas personas que lo quisieron sinceramente por su carácter afable y su forma llana de andar por el mundo. También es un día especialmente triste para EL PERIÓDICO DE ARAGÓN, redacción que sigue siendo su casa y en la que escribió durante 24 años más de 7.000 artículos cultivando de forma brillante diversos géneros periodísticos, en especial la entrevista, la crítica televisiva y la opinión.

La elevada dimensión pública de una persona es fácilmente comprobable cuando suscita por igual reacciones de presidentes de gobierno y de ciudadanos anónimos del pueblo más recóndito de un país. Eso es lo que ha sucedido con Joaquín Carbonell, cuya muerte tras no superar las secuelas del coronavirus que le ha mantenido durante 47 días en una UCI de Zaragoza generó ayer una catarata de condolencias. La muerte le ha llegado en plena madurez creativa y con numerosos proyectos , como no podía ser de otra manera en un hombre inquieto e hiperactivo que hace tan solo diez meses celebró con notable éxito sus 50 años de carrera en un memorable concierto en el Teatro Principal de Zaragoza posteriormente editado.

Carbonell forma parte de una generación imprescindible de la canción de autor española. Miembro de aquella célebre generación paulina del colegio menor San Pablo de Teruel que, bajo el auspicio de profesores de enorme talla pusieron algo de luz al gris del Aragón de finales del franquismo y revolucionaron la cultura con sus canciones reivindicativas que ayudaron también a elevar su autoestima y su autonomismo. El pop de los 80 se llevó por delante a gran parte de aquellos brillantes autores, pero Carbonell nunca dejó de cantar y componer, de reinventarse. La muerte por este maldito virus que está dejando demasiadas ausencias y provocando un dolor insoportable en una sociedad muy tocada le ha llegado en pleno furor creativo. Hace dos meses, en Grisel, dio su último concierto. Tenía una agenda llena para este verano y el otoño. Ya no podrá ser. Pero perdura su larga talla. La de una generación de Aragón que se va pagando pero cuyo legado trasciende en letras mayúsculas.