Como buen aragonés, Joaquín Carbonell añoraba el mar. Tanto que nos lo quiso entregar en una de sus mejores canciones, Me gustaría darte el mar. El Mediterráneo, tan cerca y tan lejos de su Andorra natal, fue su primer mar. De jovencito ya recorría sus orillas en busca de trabajo. La bohemia de las playas le era más grata rasgueando guitarras y pronto comenzó a componer y a cantar. De estirpe francesa, contracultural, irónica, practicó la crítica y la oposición al franquismo en la misma medida que apoyaba aquel naciente Aragón de las libertades, autonomista, antitrasvasista, con un punto surrealista, buñuelesco, que nunca le abandonó.

Más adelante, descubriría el Mar del Plata, el tango y Gardel. Un periplo de García Lorca le invitó a sumergirse en el Buenos Aires de la poesía y la canción, los arrabales y teatros. Carbonell componía nuevas canciones en los veladores de mármol de los cafés, o de las librerías—café en las que actuaba de noche. Ese círculo, la poesía, la música, la canción popular y el mar encerraban su esencia sin fronteras, siempre abierta, nunca dogmática, atenta siempre su sensibilidad a cualquier rumor, sonido, idea que pudiera despertar las suyas, inspirar su voz y su guitarra.

Además de un nostálgico del mar, y de las riberas del Sena o del Ebro, latía en Carbonell un poeta de tierra adentro, realista y tierno, vindicativo y sarcástico, cuyos versos hicieron crecer en los secos surcos de la tierra aragonesa hermosas canciones, limpias, claras y alegres, himnos que en adelante nos acompañarán. Él cantaba y luego hablaba con quienes le habían escuchado para, a su vez, escucharles y aprender de ellos, pues sabía muy bien que son los hombres y mujeres quienes escriben sus historias y que de ellas, y no de esa otra historia pretendidamente común, pesada y falsa, que se estudia en las muertas universidades nace la vida, la broma, la crítica, la risa. Tesoros, con alguna melodía, que aspiraba a llevarse con él, a un nuevo escenario o próximo disco.

Sin Joaquín no reiremos, cantaremos ni pensaremos igual, porque su influencia, como la de todos los grandes artistas, nos señalaba un camino. Ligero de equipaje, él le recorrió hasta el final, siendo feliz en cada uno de sus pasos.