Opinión | Hablando claro

Qué ocurrencias

Soy consciente de que vivimos un tiempo extraño en el que hay que dar respuestas a situaciones para las que no tenemos experiencia. Si eso vale para mí, puede aplicarse a cualquiera, tenga el grado de responsabilidad que tenga. Se impone ser creativos, a veces arriesgados. No me parece más imperdonable cometer errores, que permanecer paralizado por temor a equivocarse. Eso es una cosa y otra distinta es escuchar el despliegue de improvisaciones que vienen desde todos los segmentos de nuestra clase política. Me siento como en el bar de la esquina, donde cualquiera se erige en entrenador, fiscal o epidemiólogo y vocifera sus argumentos con la única intención de silenciar al de al lado.

Sorpresivamente, viajo a Sevilla en un tren atestado y espero que alguien me explique por qué en el teatro o en clase estoy obligados a dejar dos asientos entre un asistente y otro, mientras nos embuten en convoyes que atraviesan los mapas. Si es un intento por alcanzar la deseada inmunidad de rebaño, informo de que han despertado mi lado ovino.

Deberían glosarse las ingeniosidades que se avientan ante una cámara. Un diputado clama con que hay que movilizar a estudiantes y a pensionistas para compensar la falta de sanitarios y educadores. La barbaridad es tan grave que dejan de difundirla a los dos telediarios. Es grave porque desde el inicio del estado de alarma aceptamos que nuestros alumnos de prácticas en hospitales, colegios o cárceles, regresaran a casa por razones obvias. Es grave porque los jubilados son grupo de riesgo, y porque no se puede movilizar a la población como mano de obra gratuita. O tal vez sí, ya vimos la cantidad de voluntarios que se sumaron desde el principio de la pandemia. Pero, para hacer un llamamiento a la solidaridad debe darse ejemplo, poner su sueldo de portavoz al servicio común, ofrecer unas horas de su jornada y evitar soltar gansadas.

El globo que no han tardado en soltar, ha sido el de sugerir la congelación salarial a los funcionarios. Sanitarios y educadores están acostumbrados a que sus cabezas se claven en una pica y a poner el sueldo en la nevera cuando la cosa va mal. La medida no sería mal aceptada si se informara que con ese ahorro se contratan a enfermeros, médicas, maestros. Los últimos recortes para salvar a la banca lograron su propósito, pero dejaron maltrecho aquello que llamábamos bienestar. Se aplauden las ideas y más aún, predicar con ejemplo y transparencia. Ya sabemos que sobran dos mil militares para acudir a cualquier emergencia, trabajemos para que doctores e investigadores no se vean obligados a seguir emigrando. H

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