Son los que dice la OMS que se ha llevado por delante la maldita pandemia en el mundo. No es verdad. Todos sabemos que son muchos más, que esa cifra esconde los ancianos muertos de pena, las personas que ni recibieron atención médica para certificar su muerte y a los que se puso otro fin para adelgazar las estadísticas.

Cada adiós es un barco hundido, una estrella fugaz apagada, una esperanza truncada súbitamente, una persona que se va a deshora, una ilusión que se le escapa a la ciencia y a nosotros. Dolor innecesario, soledad, incertidumbre…

Parece que no aprendamos ni de la muerte cuando vemos a 300 personas sentadas en una plaza disfrutando del instante a pleno pulmón. No lo entiendo. Dos docentes cercanos estuvieron ingresados a primeros de mes con serios problemas respiratorios. Hoy hay otra profesora a la que aprecio (va por ti, amiga) y de la que aprendí a ser maestro compartiendo aulas, problemas y sobre todo alumnos, el mayor tesoro.

Los políticos tampoco dan la talla. La presidenta del Congreso llamó al orden a los representantes de la soberanía popular diciendo: «Educación es todo lo que les pido». Meritxel Batet acertó en su súplica. Un país necesita cuidar sus valores y sus formas porque solo así conseguirá sacar adelante a su gente, a sus sanitarios, a los barrenderos, a las personas dependientes, a sus bailarines, a sus abogados, a sus rastreadores, a sus periodistas. Por favor, ponga usted aquí su profesión para que esta lista sea válida, para que no falte nadie. Dicho esto, sería bueno que los docentes y no docentes recibieran también estos cuidados que tanto necesitamos para evitar males mayores.

No se hacen programas, ni sale en TV, ni mucha gente lo sabe, pero en los colegios se trabaja más que nunca. De 8,45 a 14,15 la gente descansa 7 minutos exactos. Te llevas el café en el termo para no esperar en la máquina. Por salir a la ventana a respirar un poco no vas ni al baño. Tan solo 420 segundos después vuelta al patio a poner sonrisas que ahora no se ven pero se sienten, a entonar canciones alegres, a motivar a niños y niñas, a ilusionar con un futuro esperanzador. A pesar del silencio atronador de la sociedad, mis compañeras de Infantil son de ovación diaria por el cariño que ponen siempre, pero este año muchísimo más. Para el resto de docentes, de concertada y de pública, solo tengo palabras de agradecimiento por su dedicación impagable… y utilizo esta palabra no por casualidad.

Siempre escribo como pienso. Ignoro si alguien me sigue pero si así fuera comprobarán que me importa el interés del conjunto, nunca el de los míos. De ahí que no entienda la manía por enfrentar cuando eso resulta estéril y además dice muy poco de la educación. Los diferentes puntos de vista enriquecen la sociedad si se les permite realmente coexistir en igualdad de oportunidades. No entiendo que pudiendo sumar tantísimo nos empeñemos en restar esfuerzos (e incluso en dividirlos) con tal de hablar mal del otro. Nadie me encontrará allí y sin embargo auguro tiempos difíciles para el entendimiento.

Me viene a la cabeza un poeta español de posguerra que se refería al hastío que le suponía el concepto del número 2 como doloroso recuerdo de la lucha de uno contra uno. Anhelaba el 3 como superación de la bipolaridad, del absurdo maniqueísmo sin fin de este país, de la eterna lucha de buenos contra malos en donde todos cargan sus flechas con tópicos. Apostaba por el tres porque en esa cifra las partes encuentran su esencia y avanzan hacia un proyecto de futuro común sin casi renuncias. Como Blas de Otero entonces, hoy escribo y «pido la paz y la palabra». Como él quiero dirigirme «a la inmensa mayoría» para recordar «al hombre aquel que amó, vivió, murió por dentro y un buen día bajó a la calle. Entonces comprendió y rompió todos su versos».

Por favor, sensatez, cordura, empatía, esperanza… pero para todos por igual, no para una parte.

Si salimos con los mismos prejuicios que teníamos cuando entramos a esta locura no habremos avanzado absolutamente nada. Habrá que optar por romper todos los versos de todos los poemas si de verdad no decimos de corazón aquello de que «solo hay un enemigo que es el covid» ( Pedro Sánchez ). Y si finalmente dejáramos atrás a un grupo de niños y niñas escolarizados en otros centros distintos a donde van mis hijos… que me apunten a la célebre frase del inmortal Quino : «Paren el mundo que me bajo».

Un millón de lágrimas (o más) no tendrían sentido. Por favor, vamos a hacerlo bien, por ti, por mi, por tod@s.